"Por su difusión de la música clásica y su profundo respeto por la música popular."
Así reza el agradecimiento impreso, justo arriba de mi nombre y debajo de una línea que en letra más destacada anuncia: "A personas que -sin saberlo- nos ayudaron".
Lo que tengo en mis manos es la partitura orquestal de la música para el ballet Kuarahy, compuesta en 1991 por Lito Vitale, uno de los músicos populares más talentosos de la Argentina, coreografiada por Julio López para ser bailada por Julio Bocca y Eleonora Cassano. Quien retoma ahora el proyecto, dieciséis años más tarde, es Donvi, el padre del compositor, y explica que la cuestión "se basa en un hecho real: la existencia de músicos populares que graban músicas propias de carácter sinfónico realizadas -en su mayoría- utilizando samples, es decir, muestras tomadas de instrumentos reales". Donvi reconoce que estos samples no son asimilables a una orquesta de verdad, y se pregunta cómo sonaría esa misma música con instrumentos reales. Así nace este trabajo de transcripción y reorquestación, que fue realizado por Javier Mareco y que derivó en la referida partitura y el citado agradecimiento, que en definitiva nos sigue pareciendo tan generoso como inmerecido.
Pero lo que llama la atención es que hayamos llegado a un punto en el cual parezca razonable que se deba agradecer a alguien dedicado al fin y al cabo a la promoción cultural el respeto por la música. Y lo más grave del caso es que en definitiva se comprende el exacto punto en el cual tal agradecimiento parece justificarse. Es verdad que no todo lo que suele ser llamado música resulta respetable, pero esto no es una cuestión que tenga que ver con los géneros, y ni siquiera con ciertos valores de cuestionable validez universal, tales como la originalidad o la complejidad en la elaboración, y por supuesto que mucho menos con los niveles de consumo propios de la industria cultural. Lo que Donvi ha querido identificar como respeto no es en realidad otra cosa que el convencimiento de que el concepto de la música no tiene que ver con esos valores sino con algo más profundo, llamado poiesis o poética, que es el poder intrínseco de cualquier forma de arte de conmover, de conmocionar, de aportarle algo trascendente a quien se atreva a exponerse a él.
No será respetable, entonces, el mero producto de la referida industria cultural, que se ubica en las antípodas de la poética, pues nace con el único objetivo de venderse y luego desaparecer en su propia fugacidad. Pero está claro que ni siquiera así las cosas resultan tan sencillas de catalogar, pues planteado de este modo queda en el arbitrio de cada persona, de cada sensibilidad, la determinación de qué cosa pueda ser llamada arte. Y aquí radica el nudo de la cuestión: acaso el único rol posible de la crítica musical, literaria o plástica, y de la educación estética en general, sea no la determinación dogmática de qué cosa deba ser llamada arte, sino la enseñanza que lleve al descubrimiento de esa conmoción interna que debe permitirle a cada sensibilidad particular, única e irrepetible, la diferenciación entre aquello que verdaderamente conmueve y lo que meramente gusta, de manera superficial.
Lo que Donvi llama respeto, no es entonces otra cosa que la ausencia de un prejuicio que lleve a dictaminar de antemano qué cosas merecen entrar en los sacrosantos recintos del arte admitido como tal por el canon dogmático de turno, y qué cosas quedan, por el contrario, afuera, como parias en el desierto, desautorizadas por no atenerse a ciertos moldes o valores prefijados.
Y si vamos a preguntarnos entonces por el modo en que tales valores cobran forma y peso, en esto nos puede ayudar la lectura del ensayo de Pierre Bordieu titulado "La metamorfosis de los gustos", donde se describe entre otras cosas la manera en que una élite cultural, que se define a sí misma por sus consumos culturales diferenciados (pues se trata en definitiva de un consumo, idéntico al de la industria cultural), delimita con ello ciertos valores simbólicos que determinan que sea bien visto destacar ciertas expresiones estéticas en detrimento de otras. Así, por ejemplo, el consumo de una especie de música diferenciada, llámese culta o académica, puede diferenciar de una manera clasista a quien se ubique dentro de un grupo de élite. Aunque lo mismo sucede con las así llamadas músicas de culto, con algunas tribus urbanas o con la idea misma de estar a la moda que caracteriza a muchos grupos sociales.
Pero aquí viene un problema: porque al mismo tiempo que es preciso defender el bien simbólico cultural con uñas y dientes, puesto que define la propia identidad, cuando los procesos de alfabetización y/o difusión hacen que en estos consumos de élite se masifiquen se hace necesario avanzar sobre algún manifestación estética alternativa. Así es como se pasaría, por ejemplo, de Mozart, Brahms o Vivaldi a un Pierre Boulez o a Karlheinz Stokhausen. O en palabras de Bourdieu: "Para decirlo de manera más simple todos los bienes ofrecidos tienden a perder parte de su rareza relativa y de su valor distintivo a medida que crece el número de consumidores dispuestos a apropiárselos. La divulgación devalúa; los bienes desclasados ya no confieren “clase”; los bienes que pertenecían a los happy few se vuelven comunes."
La música popular no puede pertenecer, por definición, a la distinguida clase de los happy few, pues tal cosa supondría una contradictio in terminis. Por ende, en ciertos círculos canónicos no se la respeta. Pero no se trata en definitiva de arte, ni de estética, y ni siquiera de crítica musical, sino simplemente de consumos simbólicos. La música, el arte, la poiesis, todo eso se ubica en otra parte. Y sería bueno que lo recordásemos más a menudo, incluso cuando ello suponga ir en contra de lo que indican los dogmatismos.
viernes, diciembre 28, 2007
Respeto por la música
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1 comentario:
Dos reflexiones a la manera de una apostilla:
1) Vale la pena detenerse en esa nueva categoría que parece haber surgido de un tiempo a esta parte en el ámbito de la música académica, que lleva a que algunos diferencien la música compuesta para la gente de la música compuesta para otros músicos. En esta última categoría entrarían, por ejemplo, los citados Boulez o Stockhausen. Mientras que en la anterior quedan Mozart, Brahms y Vivaldi, entre tantos otros.
Curiosamente, de esta manera Mozart pasa a ser algo así como "música académica compuesta para la gente". Vale decir, en definitiva, "música popular".
2) Señalar esa tendencia que lleva todavía a decir a cierta gente que le gusta tal o cual manifestación artística para enseguida sentirse obligada a aclarar: "pero yo no entiendo nada de arte / música / pintura / etc."... No hay tanto que entender, pero sí mucho para descubrir a través de la sensibilidad.
Insisto sobre la idea de que el verdadero y único rol posible tanto de la crítica como de la educación estética debería ser ayudar a descubrir a cada persona los rasgos particulares de su propia sensibilidad. Por más que esto lastime el ego de algunas personas a las cuales conviene seguramente permanecer dentro de un esquema de elites culturales.
Es como escribió alguna vez un músico popular llamado Bob Dylan: "No necesitas a un meteorólogo para saber de dónde sopla el viento."
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