martes, febrero 22, 2011

Coincidencias y diferencias

Precisamente ayer leía, en uno de los Cuadernos de mi maestro Saramago, una breve relación vinculada a una noticia que tenía origen en la ciudad de Badajoz. Allí se había bautizado una calle con el nombre, lamentablemente no referido en la crónica, de un piloto que había volado para el bando enemigo durante la guerra civil. Pero como no quisiera cometer el despropósito de intentar contar de mejor modo lo que ya bien contado está, me tomaré la libertad de transcribir parte del texto en cuestión, que dice así:

..."Hace cincuenta y tantos años, durante la guerra civil, un aviador republicano recibió la orden de bombardear Badajoz. Fue, sobrevoló la ciudad, miró hacia abajo. ¿Y qué vio cuando miró hacia abajo? Vio gente, vio personas. ¿Qué hizo entonces el guerrillero? Desvió el avión y fue a soltar las bombas al campo. Cuando volvió a la base y dio cuenta del resultado de la misión, comunicó que le parecía haber matado una vaca. "¿Y Badajoz?", le preguntó el capitán. "Nada, allí había personas", respondió el piloto. "Bueno", dijo el superior, y, por imposible que parezca, el aviador no fue llevado a consejo de guerra... Ahora hay en Badajoz una calle con el nombre de un hombre que un día tuvo gente en la mira de sus bombas y pensó que esa era justamente una buena razón para no soltarlas."

Cerré el libro en ese punto, porque sentí la necesidad de quedarme pensando un momento en la enseñanza que me dejaba aquella historia. Muchas veces me sucede eso con algunos libros, que me ponen en la situación de tener que detenerme hasta madurar un determinado sentimiento o idea.

Esta mañana, al levantarme, el noticiero en la televisión me impactó trayendo de nuevo al presente la cuestión de los pilotos, las gentes, los aviones y las bombas. Esta vez las cosas no pasaban en Badajoz, sino en Libia, donde una parte de la población había salido a las calles para protestar en contra del gobierno. Algunos iban, simbólicamente, armados con palos.

Libia tiene la novena reserva de petróleo del mundo y una tasa de desempleo y de pobreza alarmante, que alcanza al 30% de la población. También tiene un líder, enancado en el poder desde hace décadas, llamado Muammar Khadafi, que discrecionalmente maneja un fondo soberano calculado en setenta mil millones de dólares, provenientes de la explotación de los recursos petroleros que extrae de su tierra hambreada para invertir en el exterior. También maneja, por supuesto, unas poderosas fuerzas armadas, y aquí es donde aparecen los aviones en esta historia, para dejar caer sus bombas sobre la revoltosa ciudad de Trípoli, mientras helicópteros artillados disparan a mansalva sobre quienes protestan, con el loable objetivo de recuperar así la paz, la calma, el orden.

El noticiero habla de 400 muertos y 1500 desaparecidos. Hasta donde se sabe, ninguna vaca tuvo que sufrir esta vez las consecuencias. Aunque nunca se puede estar seguro.

Tanto Libia como Badajoz son, en lo que a mí respecta, lugares lejanos, improbables, insospechados. Sin embargo presumo que la sangre de los habitantes de cualquiera de estos dos lugares ha de ser igualmente roja, como similares también deben ser sus pasiones, sus deseos, sus temores, sus esperanzas. Por eso es que un crimen siempre vale lo que vale un crimen, así tenga lugar a la vuelta de nuestra esquina o a miles de kilómetros de distancia. Pero hasta aquí llegan las coincidencias entre estos dos casos, y se quedan en guerra civil, aviones, pilotos, gentes y bombas, que en Badajoz el piloto vio a las gentes y no hubo crimen, y en Libia, en cambio, una ceguera profunda impidió ver nada.

Yo no sé si los Cuadernos de Saramago habrán sido traducidos al libanés, ni mucho menos si, en tal caso, alguno de los pilotos involucrados en este penoso hecho que aquí se cuenta habrá de leer alguna vez la crónica de Badajoz. Lo que sí es seguro es que de aquí a cincuenta años ninguno de los hombres que tripularon esos aviones y helicópteros que sobrevolaron la ciudad de Trípoli por orden de Khadafi podrá aspirar a que su nombre sea recordado con respeto.


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