miércoles, febrero 16, 2011

Hombre sombrío

Aquí está otra vez este hombre sombrío. Me pregunto quién es, de dónde habrá salido. No lo veo, en realidad, pero siento su presencia. Imagino el rostro que tendrá. Para verlo, propiamente, debería asomarse a un espejo. Ya llegará ese momento.

Esta tarde los colores eran otros. La vida era como de un ocre suave. ¿Por qué razón ahora otra vez el mundo se ha vuelto gris cansino, plagado de matices sucios e indescifrables que ni siquiera llegan a merecer un nombre? No me gusta este cambio. Pero no sé qué hacer para evitarlo. No me conozco. No entiendo esto en lo que de pronto me he convertido.

Sin embargo, todavía recuerdo el ocre de esta tarde, como también me parece recordar a veces otros colores aun más vivos, de épocas lejanas, que ya no me pertenecen, a veces creo que ni siquiera en la memoria, cada día más débil, más fatigada, acaso más resignada a que el pasado no es algo que en definitiva exista, y por lo tanto acaso ni siquiera merezca seriamente ser tenido en cuenta. ¿Quién he de ser realmente yo? ¿Aquel que solía ser entonces, en ese tiempo que ya no existe, esto que pretendo ser ahora o lo que con algún esfuerzo e impulso llegaré a ser mañana? No es cierto: mañana llegará incluso sin esfuerzo ni impulso, hasta que un día ya no llegue; pero mientras tanto. No, definitivamente no me reconozco.

Nadie conoce en realidad a este hombre. Incluso quienes el día de mañana hablarán de él en pasado, cuando alguien les pregunte, y entonces dirán recordar tal o cual episodio, tal anécdota, tal historia. La realidad es que nada conocen ahora de él, y nada sabrán tampoco acerca de él mañana.

Hay días en que tomar conciencia de este hecho le produce al hombre sombrío un extraño sentimiento, parecido en cierto punto al rencor. Pero al mismo tiempo sabe que ese sentir es injusto. Finalmente, él tampoco sabe mucho de sí mismo. Muchas veces es un desconocido, como ahora. Mal haría entonces en condenar a quienes lo ignoran tanto como él mismo se ignora. Pero la falta de cariño le duele. Esto indica, al menos, que se trata todavía de un ser humano. Bendito dolor, entonces. Algo es algo.

¿Será cierta esa falta de reconocimiento? En todo caso, el rencor que siente el hombre sombrío también está relacionado a que él sabe, en algún punto, que algunas cosas buenas ha hecho en su vida. Curiosamente, si le preguntásemos cuáles, no sería capaz de enumerar siquiera unas pocas. Pero como todos los seres humanos que ha habido sobre esta tierra, valle de oportunidades y de lágrimas, o de oportunidades para verter o hacer verter lágrimas, pero también para reír o hacer reír, él también ha hecho cosas buenas y malas.

De las malas, de esas está seguro que los demás se acuerdan. Los malos recuerdos tienen la mala costumbre de pervivir en la memoria, tanto la ajena como la propia. De todos modos, digamos que los fiscales que tengan el gusto o la obligación de juzgar a este ser humano deberían al menos darle cierto crédito, pues pocas veces alguien estuvo tan poco dispuesto a ofrecer una defensa y a colaborar, en cambio, en el señalamiento de los propios delitos. Hasta se diría, si se investiga un poco, que este hombre es capaz de atribuirse delitos que en justicia no le corresponden. No importa, hala, venga, que aquí está el peor de todos. Si van a perdonarme algún día, que se me perdone por algo que realmente valga la pena, incluso cuando no sea cierto que lo hice.

De repente el hombre sombrío se pregunta cómo será su rostro, cuál será su expresión. Que una cosa es conocerse, o reconocerse, por la mala costumbre de estar todo el día con uno mismo, y otra muy diferente es verse desde fuera, ver ese rostro que uno, sin desearlo, ofrece todo el tiempo a los demás. Va entonces el hombre, finalmente, en busca de un espejo, y cuando lo encuentra se planta delante, esquivando todavía durante un rato la mirada, como dudando si enfrentar o no esa realidad paralela que seguramente le estará ofreciendo el cristal, paciente, o no tanto, que la imagen allí envejece, aunque nadie lo note, en el mismo momento de esperar la postergada decisión, que al fin llega, y el hombre sombrío comienza al fin a levantar su cabeza primero, luego la vista, para enfrentar ese rostro propio y a la vez desconocido, sólo para verificar lo que ya se sabía, que misteriosamente su imagen y la mía coinciden, que hay allí tantas cosas por ver y a la vez ninguna, al menos hoy.

No hay comentarios.: