sábado, agosto 24, 2013

Destino kafkiano


El solía sentirse como una suerte de émulo de Franz Kafka. No tanto por una cuestión de estilo literario, aunque es posible que al fin y al cabo algo de ello también hubiera, sino por el hecho de comprender que su talento para la escritura no le habría de ser reconocido en vida. Sin embargo, no se amilanó y redobló sus esfuerzos para dejar asentadas en palabras sus reflexiones, sus memorias, sus distintos pareceres sobre la vida, que iban tomando la forma de cuentos, cartas ficticias, poemas, ensayos breves y hasta algún que otro esbozo de novela. Trabajó sin descanso durante años. En sus escritos, desordenados, siempre fragmentarios, que por momentos parecían no ser más que una colección de pensamientos íntimos, atormentados y complejos, solía hablar -lo mismo que Kafka- de demonios, derrumbamientos, desamparos, de los embates de la soledad y de la agobiante observación de uno mismo, siempre en el contexto de un mundo oscuro, que se le presentaba como desconcertante y desconocido. Como Kafka, también él tuvo fantasías suicidas, que jamás terminó de llevar a cabo. Y al igual que aquél, finalmente murió joven, apenas pasados sus cuarenta años, por causas naturales. La diferencia más notable con el escritor checo fue que él no le pidió a ningún Max Brod que destruyera sus manuscritos. Muy por el contrario, tomó el debido cuidado de dejar todos sus trabajos registrados en su computadora, con un respaldo que iba realizando periódicamente en un segundo disco, por si las moscas. Es cierto que en el caso de Kafka finalmente Brod hizo caso omiso del pedido de su amigo, convencido de que de haber querido en verdad que esos escritos desaparecieran, Kafka los hubiese incinerado por su propia mano, en lugar de dejarle a él tal encargo, pero también la libertad de desobedecerlo. Así fue como Brod finalmente supervisó la publicación de la mayor parte de los escritos del checo que obraban en su poder. Pero en el caso de nuestro escritor, no hubo ningún Max Brod que destruyera... ni tampoco que salvara. Al morir nuestro autor, nadie se tomó el trabajo de revisar el contenido de su computadora, que después de permanecer apagada durante cinco años fue donada a un orfanato. Allí, lo primero que hicieron fue borrar todos los documentos de los dos discos rígidos, para no lesionar la privacidad de su antiguo dueño.

No hay comentarios.: