domingo, agosto 25, 2013

Redes sociales


Recibo un mensaje privado en Facebook. Alguien me pregunta, sin demasiado preámbulo: "Germán, ¿estás bien?" Seguramente ha leído algunas de las cosas que he subido en el trascurso de la última media hora a esa red social. Algún fragmento de Camus, por ejemplo, ese que dice, como si fuese un poema, “Yo grito que no creo en nada / y que todo es absurdo, / pero no puedo dudar de mi grito / y tengo que creer al menos en mi protesta. / La primera y única evidencia que así me es dada, / dentro de la experiencia absurda, / es la rebelión." O tal vez haya visto mi comentario sobre Mark Chapman, el asesino de John Lennon, en cuyo gesto encontré de repente un sentido insólito, inesperado. Que si estoy bien. Si es para esto que sirven las redes sociales, para hacer catarsis. Veo que alguien más ha escrito, debajo de mi entrada sobre Camus: "Por Dios, para un domingo por la mañana esto es un poco mucho..." Me pregunto qué tendrá que ver el día, o la hora, o será que acaso la vida entra en suspenso los domingos, y nadie me ha avisado de ello. Un poco más abajo, una reflexión acerca del sinsentido del amor. Y debajo, un verso que alguna vez escribió Alejandra Pizarnik: "Una mirada desde la alcantarilla puede ser una visión del mundo." Vuelvo a leer la pregunta que me han hecho por mensaje privado, y me parece tan absurda que hasta me causa gracia, y no puedo dejar de reírme. Entonces tipeo: "Sí, claro que estoy bien. ¿Por qué no habría de estarlo?" Y vuelvo a reírme, mientras miro el arma, que hasta hace un instante descansaba a un costado, sobre el escritorio, y ahora está en mi mano izquierda, que la sopesa, sabiendo que está cargada, por más que todavía no apunte a ninguna parte. Después, alzo el caño y coloco mi dedo en el gatillo. Cierro los ojos.

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