miércoles, abril 08, 2015

Camila

Era solamente una gata, es verdad. Aunque quién sabe qué querrá decir en realidad eso de "solamente". Digamos entonces que era una gata. O mejor aún: nuestra gata. Y ya se sabe, uno a los gatos los cría, los cuida, los vacuna, les da de comer, los reta cuando hacen algo malo, limpia sus cosas, hasta que un día eventualmente se mueren. Esto si no se da la eventualidad de que uno se muera antes, algo que de tanto en tanto también puede suceder. Dicen que algunas personas incluso se los comen. A los gatos, me refiero. Los chinos, por ejemplo. Yo me pregunto si alguna vez se habrá dado el caso de que el dueño de algún gato chino se haya muerto y el animal, privado de alimento, se haya comido parte de su amo. Hubiese sido justicia, pero eso no viene al caso. El caso es que Camila no era solamente una gata. Nosotros le habíamos dado un lugar diferente. O ella se lo había ganado. La habíamos criado, cuidado, vacunado, alimentado, retado, limpiado... y yo acabo de enterrarla, hace un rato, en el jardín de adelante de la casa, envuelta en una tela verde, como para que no tenga frío, allí sola ella, en la oscuridad de la tierra húmeda. Después lloré un poco. Porque recordé que alguna vez esa gata, cuando yo estuve mal, no del cuerpo, sino del alma, vino a apoyar su cabeza en mi falda, pero no buscando una caricia, sino ofreciéndola. Y lloré también por la certeza de que algún día estas mismas paladas de tierra que caen todavía sobre ese pequeño bulto inmóvil de tela verde, aún ligeramente tibio, caerán también sobre mí, sobre vos, sobre cada uno de nosotros.

No hay comentarios.: