domingo, abril 12, 2015

De exorcismos y demonios

"Quise ahogar mis penas en alcohol, pero ellas aprendieron a nadar", leo que dijo una sufrida artista plástica cuya obra nunca me terminó de agradar, pero cómo no simpatizar, en cambio, con semejante confesión. Yo confieso, por el contrario, que carezco por completo de cultura alcohólica. Llegué a marearme horriblemente con una copa de sidra, o comiendo unos bombones de chocolate rellenos licor... pero curiosamente la única vez que pretendí emborracharme en serio, hasta perder el sentido (buscaba ahogar mis penas en alcohol, hubiese dicho Frida Kahlo), tomé como jamás lo había hecho y ni siquiera conseguí una miserable jaqueca que me distrajera un poco del dolor del alma. Tal vez por esto es que la frase del inicio llamó tanto mi atención.

Lo cierto es que las penas, los dolores, los demonios, son capaces de tomar muy diversas formas. Y también existen muchas formas de pretender distraerlos, ahogarlos, matarlos, aniquilarlos. Aunque por lo general todos estos intentos terminan siendo invariablemente vanos. El grave problema es que estos demonios, acaso como cualquiera de ellos, se instalan justo adentro de uno. Y no es posible hacerles un agujero para que salgan sin agujerear al mismo tiempo el propio cuerpo. ¿Y qué pasa si por ese agujero en lugar de escapar los demonios se escapa la propia vida? Le sucedió a aquella cantante chilena, Violeta de nombre, que poco tiempo antes, paradójicamente, le agradecía cantando a la vida. Le sucedió a muchos otros también, de seguro.

Dicen que hay días en que se hace necesario despreciar un poco la vida para sentirse otra vez vivo. ¿Quién dice?... Las voces dentro de mi cabeza, claro. Pero hay que tener cuidado, porque la línea que separa todas estas cosas siempre es demasiado delgada y es preferible no jugar con estos asuntos. Yo por ahora busco exorcismos simples, inocuos, a través de la palabra. Aunque también siempre hay quien nos recuerda que las verdaderas procesiones van por dentro.

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