martes, abril 19, 2016

La materialidad del vinilo


Un artículo publicado por BBC News (Sylent vinyl: Buying records without a record player, 14 de abril de 2016) da cuenta de un curioso fenómeno: en un contexto donde predomina el consumo de música en diferentes formatos digitales, incluso sin soporte físico, el mercado del disco de vinilo parece volver a fructificar. Las ventas del último año crecieron un 60% respecto del anterior, alcanzando niveles que no se veían desde la década de 1980.

Pienso entonces en el ritual que significaba, en otro tiempo, la compra de un vinilo, la cuidadosa elección del disco, presuponer sonidos a partir del arte de tapa, llevar nuestra flamante adquisición a casa, retirar el disco de su funda, ponerlo con cuidado en la bandeja, disponerse a escuchar la música contenida en ese curioso objeto, delicado, negro, redondo, perfecto. Colocar finalmente la aguja del tocadiscos en el inicio del surco, y después simplemente dejarse llevar por los sonidos allí guardados, hasta el preciso momento en que la púa concluya su danza, su mágico recorrido.

Sin embargo, la información del artículo entra en un punto en contradicción con toda esta mitología: al parecer la mitad de los compradores de vinilos jamás escuchan sus discos. En muchos casos los mantienen cerrados, y hay quienes incluso carecen de una bandeja en la cual poder tocarlos. ¿Será acaso una cuestión fetichista, entonces? ¿Un gesto vinculado a la nostalgia? ¿Un afán coleccionista? Una cuestión es cierta: no importa qué tan bien suene un archivo de música guardado en un pendrive o en el disco rígido de una computadora: hay allí una materialidad ausente que pone de relieve un defecto. Es cierto que la naturaleza de la música radica en ser escuchada; pero el hecho de tener en nuestras manos un objeto que corporice esos sonidos, que los contenga, supone un plus que la convierte en algo más.

Yo tengo mucha música digitalizada. Más de la que puedo llegar a escuchar, tal vez, en lo que me resta de vida. Sin embargo, sigo reconociendo la magia de un buen disco. Así como existe el "libro objeto", cuyo valor se ubica más allá del contenido del texto que encierra para extenderse sobre su materialidad, del mismo modo sucede con la música. Y acaso también con las personas, aunque esto último a veces no lo tengamos tan en cuenta.

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