Geriátrico. La palabra me enoja. Quisiera evitarla, utilizar tal vez algún eufemismo. Pero al mismo tiempo debo enfrentarla. Es necesario hacernos cargo. Y además, ¿qué otra cosa podríamos haber hecho? Te imagino, cuando todavía eras vos, recomendándome que no la dejara a mamá sola, que tomara las decisiones correctas, que... ¿Cuándo fue exactamente que dejaste de ser vos? Aquella última noche, por ejemplo, en la clínica, cuando tomé tus manos entre las mías por última vez y te hablé al oído, sin saber qué decirte, ¿acaso no eras vos quien estaba allí?
Son demasiadas preguntas. Que no tienen ni tendrán respuesta. Pero sí puedo decirte algo, papá. Que de un modo u otro lo cierto es que hoy volví a pasar por allí, por la puerta de ese lugar en el cual vos jamás hubieses querido estar, y de nuevo lloré. Lloré de extrañarte, de bronca, de impotencia. Pero al mismo tiempo supe, como una fugaz revelación, que después de todo soy afortunado al llevar este dolor conmigo. Que muchísimo peor sería poder pasar por esas mismas calles y no saber que allí estuviste, o qué sentiste, o cómo era tu mirada en aquellos días. Duele pensar en todo eso. Pero mucho más debería doler no haber tenido tiempo, o ganas, o coraje, y no haber estado allí, a tu lado, como pude, como cada uno de quienes estuvimos pudo, pero ahí. Hoy esos recuerdos me hacen daño, pero mucho más daño me haría, incluso cuando no lo supiera, no tener hoy estas heridas por no haber estado.
Perdoname que te escriba estas cosas, viejo. Es que te extraño tanto. Y lo más horrible es que no tengo ningún lugar al cual poder ir a decírtelo. Por eso es que escribo, torpemente, estas palabras acá.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario