lunes, mayo 04, 2020

Cuarentena - Día 47

La noticia poco y nada tiene que ver con la cuarentena. O acaso tenga mucho que ver. Todo depende de cómo se lo considere. El asunto es que ayer falleció un hombre oriundo de la provincia de Córdoba, que seis meses atrás había ganado quince millones de pesos jugando a la quiniela. Eduardo, tal era su nombre, no murió por coronavirus, sino como consecuencia de un accidente cardiovascular. Las fotos que lo muestran feliz, antes de que el mundo supiera que vendría una pandemia que en muchos lugares del mundo clausuraría la vida tal como la conocíamos, son de data reciente. Aunque al momento de ser tomadas ni el Covid-19 ni los ACV figuraban de seguro entre sus preocupaciones.

Los periódicos se refirieron al difunto como "el hombre que hace apenas medio año creyó haberse consagrado como la persona con más suerte de la Tierra". Tal vez sea una exageración, pero tampoco tanta. En octubre de 2019 Eduardo Martí, convertido repentinamente en millonario por un golpe de suerte, celebraba en Villa Dolores en una fiesta que él mismo organizó junto a unos doscientos invitados, para morir pocos meses más tarde, después de permanecer dos semanas internado en un hospital a causa de un ACV.

03, 10, 11, 20, 25 y 30. Estos fueron los números de la boleta con la que Martí creyó sellar, a sus 58 años, su fortuna. “Este es el primer día de mi nueva vida”, declaró a la prensa al día siguiente de la confirmación del premio. Pueblo chico, no se molestó en ocultarse, como lo hubiese hecho quizás cualquier ciudadano de una gran urbe en similares circunstancias. Luego pidió una licencia sin goce de sueldo en su trabajo. Dijo que utilizaría el dinero para saldar deudas y comprar unos departamentos. Sueños a futuro. Durante la fiesta de celebración del premio se dedicó a bailar y a cantar junto a sus amigos durante toda la noche. Me pregunto cuántos no habrán deseado en ese momento estar en el lugar de Eduardo Martí. Luego, la pandemia habrá postergado sus proyectos. Y más tarde la muerte los clausuró.

El caso de este hombre me llevó a pensar una vez más en Enrique. Quisiera anticipar, en este punto, que jamás le he deseado el mal a nadie. Bueno, al menos a nadie que no lo mereciera. Pero confieso que sí me ha sucedido de sentir alguna que otra envidia. Como seguramente habrán sentido envidia muchos ante los quince millones de pesos de Eduardo Martí.

Lo cierto es que todo esto me llevó a recordar una reunión de fin de año en mi trabajo. Corrían los últimos días de diciembre de 2017 y todos parecían felices; pero yo no lo estaba, pues acababan de despedirme y sabía que en un par de días más me habría quedado sin trabajo. No recuerdo haberme fijado particularmente en Enrique, pero sé que ahí estaba él, divirtiéndose, riendo, y estoy seguro de que de haberme fijado puntualmente en él, hubiese sentido lo mismo que sentí por cada uno de aquellos compañeros de trabajo, que pronto iban a dejar de serlo: una inconfesable envidia. Porque yo quería estar en el lugar de ellos, de Enrique, de Pablo, de Marcelo o de cualquiera de los que al mes siguiente continuarían trabajando en aquel lugar.

Casi un año después de aquello, mientras buscaba trabajo en otra emisora, un conocido en común me preguntó si sabía algo sobre la salud de Enrique. Respondí sinceramente que no había vuelto a tener contacto con él. Así fue como me enteré de que cuatro meses después de mi desvinculación laboral a Enrique le habían detectado un tumor en el estómago bastante complicado, que lo había llevado a una quimioterapia y a una internación en terapia intensiva.

Después de eso no volví a saber nada acerca de la salud de Enrique. Sinceramente deseo que se haya recuperado y que esté pasando esta pandemia, lo mismo que yo, en su casa, junto a quienes sean sus afectos. Pero en cualquier caso la lección que me dejan, tanto Enrique como Eduardo, es que no resulta inteligente desear estar en el lugar de un otro. Porque nunca sabemos si ese lugar sea realmente mejor al que nos ha tocado ocupar a nosotros.

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