jueves, mayo 31, 2007

Hay alumnos que...

Este es en realidad mi segundo blog. El primero, que todavía sigue activo, nació como una vía de intercambio de ideas con mis alumnos de la Universidad de Buenos Aires. Pero cada tanto aparecen allí cosas que por su naturaleza podrían haber aparecido aquí, o viceversa, y entonces se generan algunos cruces como éste: sin nada que lo justifique (y aquí resida tal vez el mayor mérito del asunto), una alumna anota, entre las entradas destinadas a debatir sobre otras cuestiones, un texto atribuido -digamos que al parecer falsamente- a Pablo Neruda que copio aquí debajo.

Muere lentamente
quien se transforma en esclavo del hábito,
repitiendo todos los días los mismos trayectos.

Muere lentamente
quien no arriesga vestir un color nuevo
y no se cambia nunca el peinado.

Muere lentamente
quien no golpea la mesa cuando está enojado.

Muere lentamente
quien destruye su amor propio,
y no se deja ayudar.

Muere lentamente,
quien pasa los días quejándose de su suerte
quien abandona un proyecto antes de iniciarlo,
no preguntando de un asunto que desconoce o
no respondiendo cuando le preguntan sobre algo que sabe.

Muere lentamente
quien evita una pasión,
quien prefiere el negro sobre blanco
y los puntos sobre las "íes" a un remolino de emociones,
justamente las que rescatan el brillo de los ojos,
sonrisas de los bostezos,
corazones a los tropiezos y sentimientos locos.

Muere lentamente
quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño,
quien no se permite por lo menos una vez en la vida,
huir de los consejos sensatos.

Si puede evite esta muerte en suaves cuotas,
recordando siempre que estar vivo exige un esfuerzo mucho mayor
que el simple hecho de respirar.

sábado, mayo 26, 2007

Quizás la Tierra no sea plana pero


Transcribo la cita que escoge una alumna para dar inicio a su parcial.
La sentencia está tomada de Tzvetan Todorov y sostiene: "Se puede admirar la valentía de Colón. (...) Vasco de Gama o Magallanes quizás emprendieron viajes más difíciles, pero sabían adónde iban; a pesar de toda su seguridad, Colón no podía tener la certeza de que al final del océano no estuviera el abismo y, por lo tanto, la caída al vacío; o bien de que ese viaje hacia el oeste no fuera el descenso de una larga cuesta -puesto que estamos en la cima de la tierra- y que después no fuera demasiado difícil volver a subir. Es decir, no podía tener la certeza de que el regreso fuera posible."

Se me hace cierto lo que dice Todorov. Pero no puedo dejar de pensar que, un poco a la manera de Colón, todos estamos en este mundo sin saber cómo, ni para qué, ni mucho menos hacia dónde nos dirigimos, ni tampoco qué nos depara ese incierto mañana. Por eso nos refugiamos en las rutinas y en los pasatiempos. Pero es en vano: allá lejos -quizás sea, sin que lo sospechemos, aquí cerca, a la vuelta de la esquina- nos espera un insondable abismo, del que en verdad nada sabemos.

Por supuesto, lo que nos diferencia de Colón es la imposibilidad de escoger entre llevar adelante o no esta travesía. Y siendo así, ¿cuáles serían nuestras opciones? Quizás relajarnos y disfrutar, a pesar de todo, lo más que podamos del paisaje. No deja de ser llamativo que precisamente ésta sea la tarea más difícil de llevar a cabo.

lunes, mayo 21, 2007

Cuando malentender nos acerca









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Sabido es que los malos entendidos abren la puerta que conduce a todos los desencuentros. Pero de vez en cuando sucede precisamente lo contrario. Y un error promueve el descubrimiento de algo que, de otra manera, hubiese permanecido oculto.

Empecé la presente anotación del modo en que lo hice. Aunque también podría haber comenzado escribiendo, por ejemplo: Hay errores que son inexcusables; tan difícil de justificar es su acaecencia. Y de haber escrito algo así, no debería haberse leído ello como una veleidad, pues debe saberse que el suscripto ha sido responsable de innumerables errores de tal especie. Y ninguno de ellos habrá sido el último.

Lo cierto es que hace algunas semanas recibí el mail de una persona que me ofrecía el envío de un disco para escuchar e incorporar a la discoteca de la radio en la cual trabajo. Respondí que sí, que por supuesto, pero incluso antes de que los discos llegaran Cecilia Almarza se dio cuenta de su error: no era para radio Amadeus de Buenos Aires y de música clásica el mail por ella enviado, ni mucho menos los discos, sino para una radio Amadeus de Chile, el país donde ella vive, que pasa música de estilos populares, como jazz o bossa-nova.

Como más tarde le comenté por mail a Cecilia, no pude convencerme de que semejante confusión haya podido tener lugar, más allá de todas las explicaciones del caso, que de hecho las hubo, aunque no importen aquí. Pero lo que sí importa es que de hecho las cosas hayan tenido lugar del modo en que sucedieron. Y yo me regocijo ante el error que me permitió tomar contacto con la música y la voz de Cecilia, y cantar con ella algunas canciones que ya conocía y algunas otras que, de no haber sido por el error en cuestión, quizás no hubiese conocido nunca.

Alguna vez escribió Ernesto Sábato que el término casualidad no es otra cosa que un barbarismo por causalidad. Yo no sé si tal cosa será cierta, pero en todo caso quiero hacer extensivas las consecuencias de este error con los eventuales lectores de este blog, a través de tres de las canciones de Cecilia Almarza que integran su disco, que se titula Un poco de viento. Son estas canciones Corazón vagabundo de Caetano Veloso, un tema propio llamado La luna te mira y Desafinado, bella pieza de la cual hablo en mi anterior anotación.

Muy poco sé acerca de Cecilia Almarza. Sé que es madre de dos hijos, que es docente en un instituto de enseñanza privado, que es ilustradora de un par de libros para chicos. Sé también que tiene poesía dentro suyo. Que canta y escribe canciones. Que conoce a un guitarrista, Daniel Muñoz, a quien vale la pena escuchar. Y que a la hora de enumerar cosas que pueden plantarse sobre la faz del planeta elige listar, de entre el montón de opciones posibles, tallos de rosas, ruedas de bicicleta, lápices, esquinas de libros, codos y pestañas de niñitas y niñitos, casas antiguas que no se dejarán demoler, letreros y calles pacifistas, pelos de adolescentes y ex hippies con trutrucas, bombos, cellos, guitarras, pianos, poemas y libertades imparables. Es tan poco lo que sé; pero es bastante.

Y entonces me digo que estuve tan cerca de no saber jamás nada de esta mujer, de esta voz, de este ser, que no puedo dejar de asombrarme ante la evidencia de todas las personas, canciones, voces y almas que jamás habrán de tener contacto conmigo o con cada uno de nosotros. Y es una verdadera pena, porque quién sabe qué maravillosas almas han de pasar por el mundo sin cruzarse jamás con nosotros. Sin embargo, también se trata de aprender a valorar a quienes sí hemos cruzado en nuestro andar.

Por eso quedémonos por ahora en el encuentro. En la causalidad que quiso que Cecilia se equivocase y enviase su disco, para que yo pudiese escucharlo, y ofrecer ahora estas tres canciones a quien pase por aquí. Para el caso de que alguien quiera conocer el resto, puede escribirle a Cecilia (calmarza@saintgeorge.cl), que seguramente ella responderá enseguida y de buen grado. En su disco hay mucho más Cecilia Almarza, y también Chico Buarque, y García Lorca, y Violeta Parra, y Edith Piaf, y mujeres, y palomas ausentes, y sevillanas de la vida, y por supuesto también un poco más de viento.

sábado, mayo 05, 2007

Desafinado




Hay una bellísima canción, cuyos textos fueron escritos por Tom Jobim, titulada Desafinado. Para quien no la conozca, o para quien quiera cantarla mientras escucha el maravilloso registro de Joao Gilberto, la letra dice así:

Se voce disser que eu desafino amor,
Saiba que isso em mim provoca imensa dor
Só privilegiados tem ouvido igual ao seu,
Eu possuo apenas o que Deus me deu.
Se voce insiste em classificar,
Meu comportamento de antimusical
Eu, mesmo mentindo devo argumentar,
Que isto é bossa nova,
Que isto é muito natural
O que voce nao sabe, nem sequer pressente,
É que os desafinados também tem um coraçao
Fotografei voce na minha Rolleiflex,
Revelou-se a sua enorme ingratidao
Só nao poderá falar assim do meu amor,
Este é o maior que voce pode encontrar, viu
Voce com a sua música esqueceu o principal,
Que no peito dos desafinados
No fundo do peito bate calado,
Que no peito dos desafinados,
Também bate um coraçao.


O en una versión un tanto libre, en español:

Si usted dice que yo desafinado soy,
sepa que esto en mí provoca un gran dolor.
Los privilegiados tienen un oído como el suyo;
yo poseo apenas lo que Dios me dio.
Si usted insiste en clasificar
mi comportamiento de antimusical,
yo, incluso mintiendo, puedo argumentar
que esto es bossa nova,
que esto es muy natural.
Lo que usted no sabe y ni siquiera presiente
es que los desafinados también tienen corazón.
Yo lo fotografié con mi gran Rolleiflex
y se reveló su enorme ingratitud.
Usted no puede hablar así de mi amor,
esto es lo más grande que usted podrá encontrar.
Usted con su exigencia se olvidó lo principal,
y es que en el pecho de los desafinados,
en el fondo del pecho late callado…
en el pecho de un desafinado
también late un corazón.


Hace varios días que vengo canturreando esta canción, pero acabo de darme cuenta de algo. Que incluso cuando Jobim acaso haya escrito sus versos pensando en alguien que era desafinado al cantar, existen en realidad muchos modos diferentes de desafinar en la vida. Y yo entiendo, entonces -pero lo entiendo recién ahora-, qué es precisamente esto lo que me sucede a veces: es que soy un desafinado. Pero no hablo del momento en el cual canto (Yolanda Cabrelli, la directora del coro en el que participo, dice que yo siempre miento en las notas, pero que mantengo pese a todo la armonía...), sino de cuando vivo.

Hay quienes de algún modo saben siempre ocupar el lugar justo que les corresponde. No sólo el que les corresponde, sino aquel en el cual mejor quedan plantados. Saben hacer siempre los movimientos adecuados, los gestos justos... Dicen las cosas que corresponden y saben callar las que no conviene que sean dichas. Son capaces de mantener su sensibilidad a tono con las circunstancias, para no desentonar tampoco emocionalmente. Yo, en cambio, nunca puedo encontrar el punto justo. Siempre peco por exceso o por defecto. Siempre comprendo las cosas de un modo ligeramente diferente al que en verdad parece ser el correcto, con las previsibles consecuencias de cada caso, gigantescos malos entendidos, malestares consecuentes, fantasías sin un término feliz. Es como si el mundo decidiera dar un ligero paso al costado cada vez que yo decido moverme en determinada dirección. Pero es claro que no se trata del mundo, ni de los demás (por favor, que nadie venga a señalarme semejante obviedad), sino de mí mismo.

Y a pesar de todo... ¡Cómo me gustaría poder decir y explicar que no es culpa mía que así suceda! Al final de cuentas, "yo poseo apenas lo que Dios me dio"...

Triste destino el de los desafinados, sobre todo el de aquellos que, como en mi caso, a pesar de serlo deseamos cantar todo el día a viva voz.

¿Será tan difícil explicar lo que quiero decir?... Sucede, sencillamente, que los desafinados también tenemos corazón.


Post scriptum: Me consuela saber que mi admirado Julio Cortázar también se daba cuenta, en ocasiones, que desafinaba en la vida. Claro que él, a diferencia de lo que sucede conmigo, podía aprovechar esas ocasiones para escribir textos tan maravillosos como éste.