domingo, febrero 17, 2013

El otro como espejo

"Siempre fuiste mi espejo. Quiero decir que para verme tenía que mirarte." 
Curioso modo tiene para decir las cosas mi gran amigo, Julio Cortázar. La frase me hace pensar que las personas que realmente nos importan son inevitablemente eso: espejos. Sin esas personas nuestra existencia sencillamente pierde sentido. Dicho esto en el sentido de que dejamos, en cierto modo, de percibirnos y comprendernos. Por supuesto, a lo anterior cabría añadir que, lo mismo que en los circos, a veces hay espejos que deforman, que nos hacen más gordos, más flacos, más altos, más petisos. Y por supuesto, uno siempre elige (parece al fin y al cabo razonable que así sea) aquellos espejos que nos hagan ver más hermosos, interesantes, apuestos, inteligentes... 

Lo interesante, entonces, es que hay diferentes clases de espejos. Algunos hay ante los cuales esperamos ver si estamos bien peinados, si los dientes nos han quedado limpios tras el cepillado o si la remera que nos hemos puesto nos favorece. Vale decir, buscamos en ellos cierta realidad objetiva, que de algún modo hay que llamarla, por más que también (espejito espejito, dime quién es el más bonito...) esperemos que su devolución sea por lo menos amable. Pero cuando uno busca un espejo en el otro, busca una fantasía, la profundidad y la pasión de ciertos anhelos inconfesables, en ocasiones incluso para nosotros mismos. Y en algunos pocos casos, el otro no solamente nos refleja, sino que además nos convierte. 

Son casos parecidos a los de aquellos espejos que imaginó Lewis Carroll, por ejemplo. O a los ojos de unas pocas personas, como las referidas por el querido Julio. Por todo esto es muy importante elegir como espejo a otros que nos hagan desear vernos reflejados, por lo menos, como mejores personas.


No hay comentarios.: