domingo, febrero 10, 2013

Ficciones, XI


El característico zumbido del teléfono celular me indica que he recibido un nuevo mensaje y me distrae de mis cavilaciones. Oprimir entonces el botón que enciende la pantalla, para ver de qué se trata, echar un vistazo y descubrir que sos vos, “buen día, cómo estás”, siempre me gusta recibir mensajes tuyos, tus saludos siempre amables. Repasar entonces rápidamente cuál será la respuesta más adecuada, bien/mal, cuál de estas dos palabras se adecua más a la realidad del día, la mente humana trabaja así, en base a formulaciones duales, blancos y negros, nada de escalas de grises y cosas raras, y me digo que en las encuestas está siempre la opción salvadora del NS/NC, no sabe no contesta, pero en este caso sería de mala educación no responder a tu mensaje, y poner "no tengo idea" no quedaría bien, incluso cuando pudiera ser justo la respuesta más sincera, ya ves, a veces las preguntas aparentemente más sencillas pueden llegar a ser las más complejas, a ver... ¿Cómo estoy? ¿En qué sentido lo preguntás? ¿Qué es lo que quisieras saber? ¿Te referís a lo económico, a lo laboral, a la salud, a lo anímico?... ¿Me hablás de lo estrictamente presente o de cierta proyección a un futuro inmediato? “Te pregunto cómo estás en promedio”, te imagino respondiendo, con un gesto como de reto, y sí, es verdad, siempre somos algo así como un promedio, siempre todo es un más o menos, ponele, una representación imaginaria, en definitiva. Pero la respuesta sigue siendo complicada. Porque estoy sinceramente bien en algunos aspectos, y terriblemente mal en otros. Bien de salud, hasta que se demuestre lo contrario. Padeciendo la cruz de lo laboral, como todos, pero sería mucho peor si esa cruz no estuviese. Feliz de haber asomado el hocico a una nueva jornada. Pero llevando en mi mochila esta eterna melancolía crónica que vos ya sabés, o que acaso desconozcas. Y sí, ya sé que anoche hablamos por teléfono y te pareció que estaba todo bien. Es más: no lo recuerdo con exactitud, pero es probable que vos me hayas preguntado “cómo estas”, y yo “muy bien”, pero fueron una pregunta y una respuesta como al pasar, o por lo menos la respuesta lo fue, y es verdad que también hoy podría haber respondido tu mensaje así, con un bien/mal, ya descartamos la posibilidad del NS/NC, pero me equivoqué y me puse a pensar dos segundos en qué responder para ser sincero, y acá estamos, fijate el atolladero en el cual nos hemos metido, yo puesto a responderte, vos condenada a soportar mis vueltas, sé que no es justo, pero nadie dijo que lo sería. Pero ahora de repente me pongo a pensar cuál habrá sido la última vez en que, puesto yo ante una pregunta semejante, hubiese podido responder sin tantas reflexiones ni dudas “bien, estoy definitivamente bien, pues nada necesito más de lo que tengo en este momento”, cuál podrá haber sido ese fugaz instante fáustico en el cual yo hubiese podido expresar “detente, eres tan bello”, y cuando ya estoy a punto de renunciar al intento, por parecerme infructuoso, te vislumbro a vos, a la hora del crepúsculo, tendida desnuda al lado mío, tus cabellos enredados en mis dedos, mi cuerpo sintiendo el calor de tu piel, ese ha sido el momento, el de plenitud, el que yo instintivamente rescato, el que necesito volver a vivir, y sé que a vos no te gustaría que te diese esta respuesta, pero no encuentro ninguna otra, cuando un bocinazo a mis espaldas me arranca violentamente de mis pensamientos. “Bien, gracias”, tipeo entonces con rapidez, y oprimo el botón de enviar mi mensaje de respuesta.

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