sábado, mayo 23, 2015

Deshoras (18:05 P.M.)

Observo mis manos, extrañado
miro sus dedos, las venas marcadas
los dobleces, los dorsos, las palmas,
esas líneas que algunos dicen
señalan el destino de cada persona,
y no reconozco estas manos como mías.
Otra vez me doy cuenta, entonces,
de que no sé quién soy.
Tal vez nunca lo he sabido.
Estas manos son tan mías como ajenas
como ajeno puede serme en viento
que sopla en montañas lejanas
que jamás vistas serán por mis ojos.
O como el templo de una religión
profesada por monjes de los que
nunca nadie ha tenido noticia.
Y sin embargo son mis manos.
Las miro, las muevo lentamente,
como para convencerme.
Digo mis manos como podría
decir mis piernas, mis pies,
mis brazos, mi cabeza.
O también podría decir
mi nombre, mi historia,
mis palabras, mis poemas.
¿De verdad soy yo quien ahora mismo
escribe estas líneas en negro sobre blanco?
¿De verdad soy yo quien derrama
estas lágrimas extrañas que
no se condicen en nada con esta triste
sonrisa que dibujan de pronto mis labios?
¿De verdad son míos este dolor,
esta incertidumbre, este cansancio,
este miedo inenarrable,
esta soledad sempiterna,
aquel amor desperdiciado?
La nostalgia de saber
que incluso sin mala intención
he desperdiciado tantas cosas buenas.
La espera angustiante de lo porvenir
inevitable, tan propio o tan ajeno
como estas manos que de a poco envejecen.
Y el tener en claro que
cuando vengas a buscarme
detrás de mí no quedará sino el olvido.

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