miércoles, agosto 03, 2016

Dédalo e Icaro

Soy Dédalo después de haber despeñado a Perdix.
Vanamente pretendí contentar a la bella Pasifae
y sólo logré dirigir hacia mí la furia de Minos.
Fui el hacedor de las penurias del Minotauro,
que se dejó matar a manos del vanidoso Teseo
convencido de que era al joven enemigo a quien
Ariadna aguardaba al otro extremo del dorado hilo.
El amor -se sabe- está repleto de estos desencuentros.
Ahora deambulo cautivo en el seno de mi propio laberinto,
prisionero no de estas paredes de roca y sutiles engaños
sino de una potencia mayor, poderosa e inexplicable.
Dédalo soy; mas debo decirlo: también soy Icaro.
Heredé esta prisión de mi padre, y tal vez él
la heredó a su vez de sus propios ancestros.
Es cierto: soy yo el arquitecto y el constructor,
soy quien carga las culpas propias del responsable.
Pero este laberinto me precede en el tiempo,
está aquí desde mucho antes de que yo naciera
y quién sabe si acaso desaparecerá con mi muerte.
En una esquina, allí hacia donde el sol se pone,
descubro un hato de cuerdas y plumas y cera.
Un pájaro pasa volando sobre mi cabeza.
Lo observo como si fuese un presagio.

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