sábado, agosto 17, 2024

Hoy he regresado a casa

Hoy he regresado a casa.
Me observan, curiosas, las plantas,
acostumbradas a mis periódicas visitas de riego.
Me contemplan en silencio
las bolsas llenas de ropa,
las pilas de papeles,
los paquetes que ya nada esperan.
Quizás se preguntan por qué
esta vez, en lugar de encender las luces,
o correr las cortinas para que se sepa
que afuera ya ha comenzado el día,
me limito a cerrar la puerta, me quito el calzado
y me dejo caer sobre la cama tendida,
sin ocuparme siquiera de hacer a un lado las cosas
que sobre ella descansan, obedientes,
desde la última vez que estuve aquí.
Que sigan en su lugar, no quiero molestarlas.
No quiero ocasionar más molestias a nadie.

Hoy he regresado a casa, decía.
Aunque no sea más que eso:
apenas una manera de decir,
pues hace rato me he convertido en nómada,
alguien que va y viene sin lograr echar raíces,
sin conseguir hallarse, ni hallar
un lugar seguro al que pueda llamar hogar,
y qué será eso, acaso no un adónde,
sino alguien que espere tu regreso con alegría.
Pero aquí no hay nadie,
excepto estas plantas,
estas bolsas con ropa,
estas pilas de papeles
y estos montones de cosas que
algún día alguien deberá revisar
para decidir si tirarlas o no a la basura,
si regalarlas, si venderlas, si quemarlas,
o si conservar algunas para sostener durante un tiempo
la memoria del que yo haya sido.
Aunque es sabido que toda memoria está condenada,
más temprano que tarde, a su disolución definitiva.
Qué pasará entonces con todas estas palabras
que escribo, acaso, para intentar en vano
–lo vislumbro en este momento–
fijar un instante en el infinito devenir del tiempo.

Hoy he regresado a casa.
A este lugar al que bien podría llamar mi casa,
aunque en rigor de verdad no lo sea,
y vaya uno a saber exactamente qué lo sería.
He vuelto, aunque no tengo idea de cuánto me quedaré,
no me pregunten nada, plantas, papeles, ropa, cortinas,
regálenme al menos un manto de piadoso silencio.
Más tarde saldré al balcón para observar,
tal como otras veces lo he hecho,
cómo cae el sol en el horizonte.
Cómo cae una vez más, convirtiendo el día en noche,
agotando el cuentagotas fatal del porvenir,
y entonces tal vez sí dejaré que suene
una melodía de Bach, o una de Mozart,
o un agónico lamento de Coltrane,
un baile en el cielo del lado oscuro de la luna, 
como un latido que marque la marcha inevitable
mientras contemplo el gran misterio del mundo.

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