miércoles, agosto 07, 2024

Me voy quedando

Estuve pensando mucho en el Cuchi Leguizamón, y en particular en una anécdota que él contaba en relación a una zamba, que tituló Me voy quedando. Contaba el Cuchi que cuando escribió aquella zamba, cuyo título completo fue Me voy quedando ciego, lo hizo porque había comenzado a perder la vista, afectado por unas cataratas que más tarde, después de una operación exitosa, pasarían a la historia como un episodio menor. Más tarde el Cuchi recuperó su vista y siguió viendo y viviendo como si nada hubiese sucedido. Pero quedó la zamba, y la anécdota que el Cuchi contaba a su respecto. Lo que solía contar el Cuchi era que aquella zamba había nacido como una zamba triste. Porque ante la angustia de una eventual ceguera, él había querido depositar allí su pena, en la zamba, y que fuese la zamba la que anduviese triste por el mundo, y no él.

Hermosa metáfora en relación al sentido del arte. Pero lo cierto es que al parecer también yo me voy quedando. Todos nos vamos quedando, en cierto sentido, pero en este caso me refiero a la vista; y ya sé que no llegará el punto de la ceguera, pues en caso de ser necesario me operaré también yo antes, como lo hizo el Cuchi. Pero habiendo ido al oculista, por las razones ya explicitadas, hoy me vine a dar cuenta de que siempre el chequeo de cuáles serán los anteojos más adecuados para el paciente de turno se hace frente a un cartel lleno de letras, como si en la escritura estuviese el secreto de todo lo que hay que ver en esta vida. Me pregunto, simplemente, y ese es el sentido de estas líneas, por qué no se hará ese famoso chequeo contemplando el paciente una flor, un cielo estrellado, un ocaso, o la belleza de la mujer amada. Sé que hay una respuesta razonable para esta pregunta. Pero no quiero perder de vista la verdad que también aparece, acaso algo velada, en el trasfondo de estos dos párrafos.

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