jueves, julio 15, 2010

Contra Natura

En cierto lejano rincón del planeta acaba de aprobarse una curiosa normativa, que alegremente decreta que a partir de la puesta en vigencia de la norma los caballos que así lo deseen podrán volar como si fuesen aves. La iniciativa tuvo su buen fundamento: habida cuenta de que una gran cantidad de especies pueden volar, pues lo hacen las palomas, las cotorras, los canarios y los halcones, algunos caballos comenzaron a declarar que se los discriminaba, cuando se les decía que ellos no podrían jamás hacer lo mismo. Los animales legisladores decidieron entonces que dado que todos las especies nacen con similares derechos, nada debería impedirle a un caballo volar, si éste así decidía hacerlo, y así es como idearon una normativa especial, que algunos bautizaron Ley de las igualdades, que claramente manifestaba que todos los animales tenían los mismos derechos, y que un caballo podría volar si así lo deseaba. Finalmente la normativa quedó aprobada, tras una extensa sesión legislativa que se extendió hasta muy tarde, en medio de los vítores de unos y los abucheos de otros.

Hoy el caballo amaneció celebrando la buena nueva. Se sintió finalmente libre, vencidos todos los prejuicios de esos otros animales que, por no tener él alas, pretendían limitarlo diciéndole que jamás podría volar como un gorrión, como una gaviota, como un pato silvestre, como un cóndor de los Andes. Todos los animales somos iguales, pensaba el caballo. Y ahora, amparada su opinión por un preclaro precepto legislativo, ya no cabía duda al respecto.

Así fue como el caballo trotó primero, corrió después, liberada su alma del peso de los prejuicios ajenos, acuñados a lo largo de tanto tiempo, y finalmente se lanzó, a toda velocidad, hacia el precipicio, creyendo acaso el alazán que la simple letra de la norma lo había convertido en un par del mitológico Pegaso. Su enorme y pesado cuerpo pareció flotar en el aire por un instante, pero después, perdido definitivamente el suelo, y mientras a falta de alas sacudía el caballo desesperadamente sus patas...


(La moraleja es evidente: no hay ley que pueda ser válida o tener sentido cuando se vulnera al mismo tiempo otra ley, superior ésta, que no es la ley de los hombres, ni la de ningún dios, sino la ley de la naturaleza: los caballos no pueden volar, y allí la única ley que se impone es la de la gravedad.)

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