Desde que tengo el piano pienso: definitivamente yo no soy un músico. No sé leer música, no sé dónde queda la tecla del Si bemol, ni puedo armar un acorde, como no sea de un modo intuitivo. Entonces, ¿qué es eso que pasa cuando me siento frente al instrumento y surgen sonidos, más o menos ordenados? Es música, creo. Mala música, seguramente. Aunque no creo que peor que otros esperpentos que algunos llaman música y que a mí, al menos, me hacen sentir que en comparación una topadora o de un martillo neumático pueden llegar a ser instrumentos melodiosos.
Como no sé leer música, ni tampoco me atrevo a intentar sacar canciones de oído, las cosas que toco en mi piano son una constante improvisación. Y no me pidan que vuelva a tocar tal o cual pasaje, más o menos inspirado, porque me resultaría imposible hacerlo. ¿Adónde van todos esos sonidos, entonces? Son nada más que presente, un presente fugaz, que se disuelve en el mismo momento de concretarse. Arte curioso, la música: sólo existe mientras dura. Como bien decía Heidegger en su "Arte y poesía", incluso las partituras de las obras más destacadas de un Beethoven se acumulan como papas en una bodega cuando nadie las toca. La música está en otra parte, en ese instante fugaz que huye permanentemente de nosotros. Interesante metáfora de lo que es la misma vida.
Tal vez por eso es que me gustó esta pieza que muestra parte de una improvisación del grupo El diablo en la boca. Es un momento fugaz, rescatado de la nada. De esa nada que es el tiempo, que siempre se nos escurre entre los dedos de la mano. Los sonidos son aquí como las nubes que corren en el cielo: jamás volverán a repetirse exactamente igual, no volverán nunca a ser las mismas. Tampoco nosotros, en el momento de mirar el cielo, o en el instante de escuchar estas Visiones.
domingo, julio 11, 2010
El diablo en la boca: Visiones
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