jueves, julio 22, 2010

Una leyenda oriental

“Había en Bagdad un mercader que envió a su criado al mercado a comprar provisiones. Al rato el criado regresó, pálido y tembloroso, y dijo: Señor, cuando estaba en la plaza del mercado una mujer entre la multitud me hizo una mueca y cuando me volví pude ver que era la Muerte. Por eso quiero que me prestes tu caballo, para irme de la ciudad y escapar así de mi destino, pues sospecho que es a mí a quien la Muerte está buscando. Me iré para Samarra y acaso allí la Muerte no me encontrará. El mercader le prestó su caballo, el sirviente montó en él, le clavó las espuelas en los flancos y huyó a todo galope. Después el mercader fue hacia la plaza y efectivamente encontró entre la muchedumbre a la Muerte, a quien le preguntó: ¿Tú amenazaste a mi criado cuando lo viste esta mañana? No fue un gesto de amenaza, le contestó la Muerte, sino de sorpresa. Me asombró verlo aquí en Bagdad, pues tengo una cita con él esta noche, pero en Samarra."


Copio y pego esta leyenda tal como la encontré en Internet. Vuelvo a leerla, muchos años después de haberla conocido por primera vez, y me digo que definitivamente no creo en nada parecido a un destino que de alguna manera nos haya sido asignado de antemano.

Sin embargo, sí estoy convencido de que, para bien y para mal, vamos por la vida caminando como a ciegas, sin sospechar siquiera que cada gesto que hacemos tiene sus inevitables consecuencias. Y claro está, sin que tengamos la menor idea de cuáles consecuencias se ligan a cada uno de esos simples gestos.

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