viernes, julio 13, 2012

Los inmortales

Somos inmortales. Hasta que un buen día, sin previo aviso, nos visita un fantasma. Un fantasma que aparece allí, en nuestra propia casa, cómodamente sentado ante nuestros ojos en esa silla en la cual hasta el día anterior sólo los mortales se habían sentado. Esos mortales que pretendían no serlo, claro, pobres ingenuos. Así somos. La presencia no nos amenaza, ni pretende asustarnos, ni nos increpa, ni nos reclama nada. Sólo aparece sentada allí, amable, cordial, pacífica, con su manta rosa, como si jamás se hubiese ido. Moviendo una mano saluda a su hijo, un hombre ya grande, esencialmente bueno, que no puede dar crédito a sus propios ojos. Y al segundo siguiente simplemente ya no está más. No pasó a mayores la visita. Pero esto solo alcanza para alterar el estado de todas las cosas. El mundo es de repente más frágil. O tal vez no, en realidad. Pero se hizo más patente el hecho de que ni siquiera aquellos que nunca antes murieron están a salvo de no morir quizás mañana.

Los inmortales se van a ir también, algún día.
Y yo no puedo parar de llorar.

No hay comentarios.: