sábado, junio 27, 2015

Sueño 150627

De repente me acordé. Ese día iban a pasar -o mejor dicho: estaban pasando- un programa que yo había grabado como invitado para Radio Ciudad. Le dije a Fernando, mi compañero en el trabajo, que pusiera la radio, mientras le explicaba de qué se trataba. El lo hacía y justo en ese momento estaba terminando una obra. Era un Guastavino con piano, uno que en realidad yo no incluí jamás en el programa, pero de esto me doy cuenta ahora, mientras lo escribo, y que anticipaba una pieza de piano solo de Egberto Gismonti, grabada en vivo el Teatro Colón, y en mi sueño yo sabía que vendría eso, pero no lograba recordar el nombre de este músico. Cuando comenzó a sonar mi voz, hablando de la obra que acababa de escucharse y de lo que vendría después, Santiago preguntó desde su oficina qué era eso, por qué mi voz estaba en radio. Me acerqué y le expliqué, mientras mi voz seguía sonando y yo quería prestar atención a ambas cosas, a lo que me decía mi director y al programa. Después comenzaron a pasar varias cosas, como resulta típico en los sueños, donde todo se mezcla con todo. Una locutora (¿Guadalupe Michaelis?) opinaba que la conducción estaba muy bien hecha, y yo me reía, orgulloso, y le hacía una broma: le decía que cualquier tonto podía hacer bien un trabajo de locución. Era un guiño con Santiago, que sin ser locutor solía grabar con su voz los guiones que yo escribía. El se reía con ganas. Pero a mí realmente me gustaba cómo salía mi voz al aire. Desde la oficina de enfrente una chica me llama, cómplice, para que pueda seguir escuchando el programa. Ahora creo que era Agostina, una estudiante del ISER que está a punto de recibirse. Está muy bien: una persona que no es todavía locutora, solidarizándose con quien sin ser locutor también se maneja en estas cosas del hacer radio. También es razonable, ya que yo en Arpeggio me dedico en realidad a la producción del canal de televisión más que a la radio, que el programa que se emitía pudiera verse ahora en una gran pantalla. Menos razonable es que Agostina saliera de escena desapareciendo por debajo de un escritorio, pero los sueños son así. A través de la pantalla se veía ahora una orquesta y un coro de niños, y mi voz se escuchaba acompañando las imágenes y la música, e iba anticipando lo que estaba por suceder. Un pequeño (?), parado ahora a mi lado, se sorprendía de que yo supiese de antemano cada cosa que iba a pasar. Entonces mi voz en la pantalla (pero ya no había pantalla) decía algo en relación a los chicos, precisamente, y este niño, dando un paso en falso, cae en una pileta salida de no sé dónde. Y yo, que sabía perfectamente que eso iba a suceder, tirando de su brazo lo sacaba de inmediato, chorreando agua, y los dos nos reíamos por su torpeza, mientras yo le explicaba que en realidad todos sabíamos que eso era exactamente lo que iba a pasar.

Por cierto: ya no estábamos en el canal. Ya no había más programa de radio, ni televisión, ni Santiago, ni Fernando, ni Guadalupe, ni Agostina, que se había ido por debajo de un escritorio que tampoco estaba más allí. Ahora estábamos en una fiesta, en una especie de campo. Creo que yo llevaba a ese niño en brazos, aunque sin sentir su peso. Un mozo se acercaba ofreciendo caramelos. Eran caramelos ácidos, de esos que parecen rodajas frutales y que a mí tanto me gustan desde que tengo memoria. Sin embargo, le ofrezco uno al chico y yo, que también tengo ganas de comer, no agarro ninguno más. El niño desenvuelve el caramelo, que se cae al pasto. Yo lo levanto, miro si alguien observa, hago un gesto cómplice con los hombros como que no importa, y se lo vuelvo a dar. El se lo lleva a la boca y yo siento el sabor ácido con deleite. Guardo el papel en un bolsillo, para usarlo eventualmente para chiflar (jamás aprendí a chiflar con los dedos, pero puedo hacerlo y muy fuerte con un papel), si la ocasión se presenta.

Ahora estoy solo. Camino hacia un par de invitados que se acercan a lo lejos. Una mujer, a la que en mi sueño reconozco sin reconocer, y que evidentemente me conoce, me felicita. Tiene un tocado de novia en la cabeza. Entiendo entonces que estoy en mi fiesta de casamiento. La mujer acaba de recibir ese tocado como regalo, de parte de la novia, que ahí viene. La alegría que siento al ver llegar a Daniela es inmensa. Está joven y hermosa, sonriente como hace tantos años que no la veo, y no puedo escribir esto sin que se me llenen los ojos de lágrimas; estoy demasiado sensible últimamente. Hay otros invitados cerca, pero mi atención ahora se concentra en ella. Yo me siento contento, feliz, pleno. Tengo ganas de correr por ese campo que se ofrece, pero me llama la atención una neblina extraña que se ha formado. Daniela se asusta, me pide que salgamos de allí. Yo la agarro fuerte de la mano y nos alejamos lo más rápido que podemos, pero la neblina se cierra sobre nosotros. Cuando finalmente se disipa, todos han desaparecido... Yo estoy solo. Siento mi mano todavía caliente, pero no hay nada en ella y me envuelve un enorme silencio.

Me cuesta despertarme. Estoy solo y muerto de frío y llorando. No pude resistirme: le envié un mensaje a Daniela desde mi celular para preguntarle si se encontraba bien. Me respondió enseguida que sí, que estaba durmiendo. Le agradecí y le pedí que siguiera descansando. Supongo que así lo habrá hecho. Yo no pude volver a conciliar el sueño, así que encendí la computadora para escribir todas estas cosas. Hace un rato me dí cuenta de que el programa de Radio Ciudad se emite hoy. Se está emitiendo en este preciso momento, de hecho, mientras escribo. Sé que podría ponerlo y escucharlo. Sé que en algún momento sonará Gismonti. Pero por alguna razón me resisto. También me viene a la mente un recuerdo viejo, viejísimo, de estar caminando por los bosques de Palermo una tarde, hace muchísimos años atrás, con Daniela, los dos tan jóvenes, inocentes y hermosos, y que una extraña y repentina niebla comenzara a caer sobre el lugar. Había una novia sacándose fotos, y con su vestido parecía realmente un fantasma. Recuerdo haber hecho una broma sobre aquello y Daniela, asustada, me pidió que saliéramos de inmediato de allí, cosa que hicimos. Yo bromeaba, pero también estaba inquieto, por no decir directamente que tenía miedo. Había olvidado esa escena, que ahora vuelve a mi cabeza. ¿Habrá sido verdad? ¿Lo habré soñado, también, años atrás, y ahora recuerdo como real aquel sueño? Sinceramente no lo sé; creo que fue real. Aunque lo real y lo imaginario suelen prestarse a confusión.

Afuera llueve, todavía está oscuro. Daniela duerme en una cama lejana, o bien se seguirá preguntando qué diablos fue ese mensaje mío que recibió. Y yo escribo esto aquí, en este departamento que no es mío, que no es de nadie. Acaso alguien esté escuchando en este momento el programa que grabé para Radio Ciudad. Alguien que no conozco. Que me estará escuchando sin saber quién soy. Las cosas son muy curiosas, a veces. Acaso algún día alguien lea todo esto y entienda de qué se trata. Aunque también puede que no.

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