viernes, abril 17, 2020

Cuarentena - Día 29 (La guerra del cerdo)

Dicen que en la ciudad de los buenos aires hoy los aires son aun mejores de lo que solían ser, con menos humo y dióxido de carbono, debido a que la gente ha dejado de salir de sus casas por causa de la pandemia. Y sin embargo los aires son al mismo tiempo cada vez más rancios. Dicen que no se puede salir a la calle sin tener la cara cubierta, de hecho. Porque la enfermedad está allí, en el aire, precisamente. En ese aire que respiramos todos. Pero también suceden otras cosas. Por ejemplo, que desde hoy los mayores están obligados a pedirle permiso por teléfono al gobierno municipal para que los dejen asomarse a las calles. Como si fuese un preámbulo a la Guerra del cerdo. Así es como las prohibiciones se van sumando. Son gestos extraños, peligrosos, que coquetean con el fascismo, digámoslo así, abiertamente. Las libertades individuales se recortan en aras de un supuesto bien común, mientras el mundo se cae a pedazos. Y la gente lo acepta, de manera callada. Dicen que esta nueva restricción es para proteger la salud de los ancianos... Sin embargo, ¿cuánto separa estas medidas del momento inevitable en que algunos comiencen a señalar, primero con desprecio, acaso más tarde con abierta violencia, al abuelo que se atreva a salir de su casa? Ya se han visto las primeras manifestaciones en dicho sentido. La especie humana está tristemente repleta de individuos a los cuales les cuesta muy poco (demasiado poco) convertirse en bestias salvajes, carentes de raciocino, de empatía y de ética. Por lo demás, confieso que he discutido mucho y casi a diario, en cada llamado telefónico con mi madre, para intentar convencerla de que se quede en su casa, de que no salga, para cuidarla del virus. Pero ella ya tiene casi ochenta años... No me hace caso. Pero ¿sabés qué? Pienso que ella se ha ganado sobradamente el derecho a hacer de su vida lo que se le venga en gana. Incluso ponerla en riesgo. Y acaso lo mismo valga, al fin y al cabo, para todo el resto de nosotros. El virus está ahí afuera, aceptémoslo. Es parte de la naturaleza, lo mismo que nosotros. La muerte es parte del riesgo de estar vivos. Los encierros, cuando nos son impuestos, son parte de un morirse de a poco.

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