miércoles, abril 08, 2020

Cuarentena - Día 20

El ser humano no ha inventado el virus que nos obliga a cumplir con esta cuarentena (aunque, esto es cierto: si no fuese porque unos chinos se empecinaron en comer cosas tales como murciélagos y otras porquerías compradas en el mercado de Wuhan hoy acaso todo sería diferente). Este coronavirus, que mata, y contra el cual no hay todavía otra forma de prevenirse que no sea el aislamiento, nos guste o no, es parte de la naturaleza.

El capitalismo, por el contrario, ha sido creado por el ser humano. No es parte de la naturaleza, pero nos condiciona a sus brutales reglas, a todos nosotros, que formamos parte de él. El capitalismo y la cuarentena no se llevan particularmente bien: el capital reclama actividad productiva y consumo. Por eso, ante este parate generalizado, es simple ver que en algún momento este capitalismo va a comenzar a mordernos, a destrozar a dentelladas a los más débiles, sobre todo, y así vendrá a demostrarnos que puede matar tanto como un virus, y también mucho más. No olvidemos que el hombre es el lobo del hombre, por más barbijo que use. El equilibrio, entonces, es muy delicado. Y este detalle, para nada menor, ha comenzado a inquietarme.

¿Qué pasará cuando el peligro que representa el coronavirus comience a ser menor que el riesgo de no tener un modo de llegar a un nivel básico de subsistencia económica? ¿Qué pasará cuando las empresas decidan que sus ganancias no son una variable de ajuste en el marco de una recesión inevitable y comiencen a expulsar gente y a cerrar puertas? Ya se han visto las primeras señales de este proceso, y pronto se irán viendo otras, cada vez mayores.

Entonces, o bien nos mata el virus, o nos mata la crisis. Estamos entre la espada y la pared. Con el detalle -de nuevo- de que el virus forma parte de la naturaleza, y en el caso de tener que enfrentarnos a las consecuencias de un capitalismo descarrilado seremos en definitiva nosotros mismos los padres del eventual monstruo.

Es verdad que si hablamos de naturaleza el ser humano es una especie animal. En ese sentido, nada de lo que haga estará fuera de la naturaleza. Solemos diferenciar, sin embargo, entre naturaleza y cultura, pero resulta que el generar cultura está en la naturaleza del hombre, y que ésta es una de sus armas para preservar la especie. Aunque no siempre funciona así: hay una paradoja, que no es ajena a otras formas de vida, al fin y al cabo, y es que llega un momento en que se plantea un desequilibrio entre el hombre y su contexto. Como si fuese un parásito en relación con su huésped, la especie humana ha comenzado a socavar la viabilidad del mundo que parasita. Si esto se prolonga demasiado en el tiempo, la destrucción del medio ambiente supondrá también la destrucción del hombre. Ya lo sabemos: los parásitos en general se comportan de esta misma manera. Pero los parásitos no tienen cultura, y nosotros sí. ¿De qué nos sirve la cultura, entonces, si con ella no somos capaces de regularnos?

Pero regresemos al tema de económico. El ser humano es la única especie biológica que maneja el concepto de economía. En consecuencia, toda organización económica es una producción cultural, capitalismo incluido. Luego, por supuesto, hay matices para el capitalismo, según se contemple una mayor o menor intervención del Estado para regular el salvajismo al cual -digamos que naturalmente- tiende de por sí este sistema económico, acaso por ser un producto humano.

También es cierto que el capitalismo (definamos: hablamos de una división económica entre quienes poseen un capital de producción y quienes solamente pueden ofrecer a cambio de un pago su fuerza de trabajo) no es el único sistemas de organización social, económica y política posible. Es verdad que hay alternativas, como el socialismo, el comunismo, el tribalismo comunitario y otras. Pero una vez que la maquinaria cultural se puso en marcha, el propio creador de esa cultura resulta modificado por ella, convirtiéndose en algo diferente de lo que era, amalgamándose con esa cultura a un grado tal que ya no será posible distinguir la frontera que los separa. Excepto que lo destruyamos, para volver a armar de nuevo los restos que queden. ¿Será este el destino al cual nos acerca la presente pandemia?

Admitamos que, en tanto especie, en el planeta, el ser humano es algo bastante parecido a una plaga, y la naturaleza tiene mecanismos para controlar las plagas. Tal vez se trate de esto la pandemia. No sé si el virus sea una defensa de la naturaleza contra el hombre, pero podría serlo, y de lo contrario al menos sería una buena metáfora. Pero de un modo u otro somos una especie condenada: tanto hacemos para defendernos de la muerte, cuando un virus nos amenaza, y por otro lado ocasionamos esa misma muerte, salvaje y alegremente, nosotros mismos. En lo personal, si me dan a elegir, prefiero ver morir gente por causa de la naturaleza que por mano propia de los hombres.

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