miércoles, abril 22, 2020

Cuarentena - Día 34

En muchos rincones del mundo se repite la misma postal:
un enorme número de personas permanecen en sus casas,
guardados entre cuatro paredes y con suerte alguna ventana.
Se siente satisfecho aquel que por naturaleza solía ser asocial,
pues ahora está en igualdad de condiciones con sus vecinos:
continúa recluido, pero ahora tiene para ello la excusa perfecta.
Muchos tienen miedo de salir, y encerrados se sienten seguros.
Otros también sienten temor, pero deben salir sin más remedio,
para cumplir sus trabajos, que han sido declarados esenciales.
Allí va el recolector de basura, y el farmacéutico del barrio,
y el almacenero, y el que reparte con su camión la mercadería
que compradores presurosos, de rostros cubiertos con barbijos
y pañuelos, apurarán en alguna góndola a precios exagerados.
Pero también está el vecino que no teme.
O mejor dicho, acaso no se trate de un valiente
sino de alguien que le teme mucho menos a ese virus
que al parecer anda amenazando de enfermedad y muerte
que a sentir que pierde su bien más preciado,
que es su libertad de salir a caminar un rato bajo la luz de la luna,
y así lo hace, silbando bajito, porque sí nomás, por ganas.
Y también estará siempre ese otro que, inevitable,
mirando al hombre libre desde su triste bunker
lo señalará con el dedo y hasta es posible
que lo denuncie a las autoridades
porque en el fondo y calladamente desearía ser él
quien se atreviera a dar ese paseo,
pero es un cobarde
que se deja ganar por el miedo
y la triste seguridad de esas cuatro paredes
que lo guardan de todo mal, excepto de sí mismo.


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