Boludo/a: Dícese de la persona que tiene pocas luces y obra en consecuencia.
A punto de tirar una vieja revista, por esa triste necesidad que a veces tenemos de hacer lugar y poner un poco de orden, me detengo en una columna que más o menos dice:
Rápido repaso entonces del amplísimo catálogo que uno, inevitablemente, carga sobre sus espaldas, con algunas de las incontables boludeces que se han cometido a lo largo de los años, y la evidencia de la flexibilidad de esta palabra, tan argentina ella, para abarcar todo un abanico de posibilidades, que van desde la ingenuidad a la inconsciencia, de la falta de tacto al despropósito.
Y después, ya sobre el final de la columna en cuestión, una suerte de apología de la boludez, que tal es de hecho el título del artículo:
Me llama aquí de nuevo la atención la enorme ambigüedad de la palabra, que significa claramente dos cosas diferentes, e incluso antagónicas, en una misma frase; un sentido cuando es puesta al comienzo de la oración, y otro completamente distinto en su final. Una vez comprendido lo cual, resulta posible tomar plena conciencia del verdadero peso de esta sentencia.
¿Cuáles son las cosas verdaderamente importantes? ¿Y qué tan importantes son, por el contrario, esas otras cosas que uno aprende a medida que va creciendo y que se acomodan a un deber ser que muchas veces ignora el sentido de esto que es la vida? No hay boludo más importante que ese que cree estar haciendo cosas que merecen ser tomadas en serio, me digo entonces. Y lo dejo anotado aquí, con el convencimiento de que finalmente el mero acto de dejar constancia de esta verdad no tiene la menor relevancia.
"Nada es más importante que una boludez. Por una boludez te rajan del trabajo, te meten en cana, te quedás, te casás, decís lo que hubiese sido conveniente callar, callás lo que hubiese sido conveniente decir. En síntesis: por una boludez terminás haciendo muchas boludeces, lo cual en su conjunto se vuelve algo importante. Mucho más si tenemos en cuenta que nuestras existencias están compuestas por un 99% de boludeces."
Rápido repaso entonces del amplísimo catálogo que uno, inevitablemente, carga sobre sus espaldas, con algunas de las incontables boludeces que se han cometido a lo largo de los años, y la evidencia de la flexibilidad de esta palabra, tan argentina ella, para abarcar todo un abanico de posibilidades, que van desde la ingenuidad a la inconsciencia, de la falta de tacto al despropósito.
Y después, ya sobre el final de la columna en cuestión, una suerte de apología de la boludez, que tal es de hecho el título del artículo:
"Por eso, defendamos la boludez como algo importante, algo necesario, para no andar quedando como esos jodidos tipos que creen estar haciendo todo el tiempo cosas importantes, cuando en realidad lo único que hacen son puras boludeces."
Me llama aquí de nuevo la atención la enorme ambigüedad de la palabra, que significa claramente dos cosas diferentes, e incluso antagónicas, en una misma frase; un sentido cuando es puesta al comienzo de la oración, y otro completamente distinto en su final. Una vez comprendido lo cual, resulta posible tomar plena conciencia del verdadero peso de esta sentencia.
¿Cuáles son las cosas verdaderamente importantes? ¿Y qué tan importantes son, por el contrario, esas otras cosas que uno aprende a medida que va creciendo y que se acomodan a un deber ser que muchas veces ignora el sentido de esto que es la vida? No hay boludo más importante que ese que cree estar haciendo cosas que merecen ser tomadas en serio, me digo entonces. Y lo dejo anotado aquí, con el convencimiento de que finalmente el mero acto de dejar constancia de esta verdad no tiene la menor relevancia.
1 comentario:
Nobleza obliga: El artículo original fue publicado en la revista Güarnin, de la Cooperativa de Trabajo para la Comunicación Social de Castelar, y apareció firmado por Gustavo Borda.
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