Escribir un poema es cosa relativamente fácil. Alcanza con tener a mano unas cuantas palabras sueltas, y combinarlas luego a través de una repentina brisa inspiradora. ¿Quién no ha escrito alguna vez algún poema? ¿Quién no se ha dejado llevar, para bien o para mal, por la tentación de jugar con las palabras? Finalmente, nadie podrá venir a impugnar qué cosa sea o deje de ser un poema. Y siempre será posible hacer oídos sordos a las críticas de quienes pretendan decirnos que nos falta talento. Bien sabemos que siempre habrá poetas menos talentosos. Y que además la poesía tiene, por lo general, el beneficio de ser inimputable.
El verdadero dilema, cuando de poemas se trata, es qué hacer con ellos después de que han sido escritos. Buenos o malos, inspirados o modestamente mediocres, los poemas, una vez que han sido concluidos, nos interpelan, nos reclaman; se quedan como a la espera de que hagamos algo con ellos. Pero, ¿qué cabría hacer? ¿Compilarlos en un libro que nadie leerá? ¿Publicarlos en un blog? ¿Recitarlos a viva voz parados en una esquina, o en el banco en alguna plaza? Finalmente, el poeta no suele saber siquiera para qué ha escrito eso, con qué fin se ha tomado el trabajo de hilar esas palabras que antes, previo a aquella brisa repentina, se encontraban en el mundo sueltas e inocentes, ajenas a toda intención. ¡Pero si hasta los propios destinatarios de los poemas que se escriben, cuando el poeta los ha escrito pensando en alguien en particular, suelen desentenderse de estas cosas!...
Algo de todo esto se debe haber planteado, seguramente, el poeta estadounidense Craig Czury (n. 1951), cuando ensayó alternativas como ésta:
Escriba un poema.
Póngalo en un sobre.
Diríjalo a Usted Mismo.
Estampíllelo y échelo al buzón.
Cuando el cartero se lo entregue
anote en el sobre:
DEVOLVER AL REMITENTE.
O si no, esta otra:
Escriba un poema sobre la superficie de un barrilete.
Remóntelo todo lo alto que pueda.
Pídale luego a algún curioso
que lo sostenga por un minuto nada más,
que usted debe ir al baño con urgencia,
que volverá inmediatamente.
No regrese nunca.
Lindo, ¿no?...
(En el primer comentario a esta entrada, algunas otras posibilidades.)
domingo, julio 25, 2010
Qué hacer con un poema
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
3 comentarios:
Nro 0226
Escriba un poema en una rebanada de pan.
Introdúzcala en el tostador.
Espere que suene la alarma del detector de humo.
Cuando lleguen los bomberos,
recíbalos en la puerta
con un pañuelo sobre la boca.
Invítelos a tomar el té con tostadas y mermelada
y recíteles su poema.
Nro 06197
Escriba un poema sobre tiras de color
de brillante papel crepé.
Adorne con ellas los rayos
de las ruedas de su bicicleta.
Luego recorra una y otra vez
la cuadra de su casa
aullando como una ambulancia.
Nro 0643
Escriba las líneas de su poema
en las canoas de su caja toráxica.
Póngase a flotar en la bañadera.
Quite el tapón y grite con voz en cuello:
¡HOMBRE AL AGUA!...
Nro 07652
Escriba un poema en el césped
con una máquina de cortar pasto.
Dedíqueselo a los parapentistas.
Cuelgue pequeños espejos en las ramas desnudas.
Atrape el significado del poema a la noche
con una linterna cubierta con un trapo rojo.
Craig Czury (EE.UU., 1951)
"Tecnología Norteamericana y otros poemas"
Tambien se puede escribir un poema, colocarlo dentro de una botella y arrojarlo al mar, y mientras se espera alguna noticia de alquien que lo haya encontrado y leído, escribir otro poema, colocarlo dentro de una botella y arrojarlo al mar, y mientras se espera...
Espero tenga una buena provisión de papel y botellas, mi buen amigo, por las dudas que la espera se haga larga...
Publicar un comentario