jueves, enero 06, 2011

Literatura infantil

Los rótulos algunas veces pueden servir como guías. Sin embargo, casi siempre su papel principal parece ser el de generar confusiones. Esta regla tiene validez universal, y por ello el buen criterio debería aconsejarnos evitar los rótulos siempre que ello sea posible. Sobre todo cuando se trata de cosas tan inasibles como, por ejemplo, el arte. Pero ya se sabe: el sentido común es el menos común de los sentidos, y es así como nos convertimos, por hábito o por convicción, en pertinaces maestros de las clasificaciones.

Hablar de literatura infantil supone una torpeza: salvo que hablemos de relatos gestados y escritos por los propios infantes, lo correcto sería decir literatura para niños. Pero esto también es relativo. ¿Quién dice que tal o cual libro sea o deba ser necesariamente para chicos o para adultos? Ya están allí de nuevo presentes las categorías y los rótulos.

Alguien le regaló a mi hija, de trece años, un supuesto clásico de la literatura para niños titulado La historia interminable, obra escrita por Michael Ende en 1979. Lo de supuesto no alude, por supuesto, a la categorización de clásico, sino a la de literatura para niños.

Leo, por ejemplo, en las primeras páginas de este bellísimo libro:

Las pasiones humanas son un misterio, y a los niños les pasa lo mismo que a los mayores. Los que se dejan llevar por ellas no pueden explicárselas, y los que no las han vivido no pueden comprenderlas. Hay hombres que se juegan la vida para subir a una montaña. Nadie, ni siquiera ellos, puede explicar realmente para qué.

No creo que sea necesario realizar mayores comentarios sobre este párrafo. Pero sí quisiera dejar sentadas, tomadas más adelante del mismo libro, estas otras palabras:

Se puede estar realmente convencido de querer algo, quizás durante años, si se sabe que el deseo es irrealizable. Pero si de pronto se encuentra uno ante la posibilidad de que ese deseo ideal se convierta en realidad, sólo se desea una cosa: NO HABERLO DESEADO.

Seguramente la elección de estos dos breves párrafos no sea arbitraria. Aunque lo cierto es que reparé en ellos en otro momento, en otras circunstancias. Tal vez, si hoy volviera a leer este mismo libro, me detendría en otras páginas, en otras frases. Respeto no obstante aquella selección. Y si rescato estos pasajes precisamente hoy, que es Día de Reyes, es porque de pronto siento la necesidad de reivindicar esa fantasía que algunos insisten en relacionar con el mundo de lo infantil, como si los adultos necesariamente hubiésemos perdido la capacidad de gozar y crecer imaginando imposibles.

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