martes, enero 11, 2011

Tormenta nocturna

El trueno fue tan brutal que hizo temblar los vidrios de la casa y varias alarmas quedaron sonando allá afuera. Arrancado del sueño, lo primero que atiné a pensar es que así deberían sentirse las bombas en aquellas zonas donde la guerra hace estragos. Seguramente algo habrá tenido que ver, en relación a esta idea, la lectura de La guerra del fin del mundo de Mario Vargas Llosa, pues justo unas horas antes había llegado al punto en que el ejército republicano del Brasil cañonea las aldeas de Canudos, plagadas de hambrientos revolucionarios.

Me levanté para verificar que todo estuviese en orden, la computadora apagada, las ventanas cerradas, cada cosa en su sitio. No hubiese sido la primera vez que una descarga estropeaba un electrodoméstico, o una tormenta repentina anegaba algún rincón de la casa. Cada tanto el cielo se iluminaba de repente, anticipando un nuevo trueno. Fui hasta la habitación de mi hija, que había encendido la luz. Al verme me pidió un poco de agua, y mientras la tomaba pareció sorprenderse cuando le comenté que aquel trueno, ese que me había despertado, me había causado un susto enorme y me había dejado inquieto. Más tarde comprendí que la sorpresa no tenía que ver con el susto, ni con la intranquilidad, tanto como con la confesión: he allí ese adulto temeroso de una tormenta, de un sueño intranquilo, inseguro ante las cosas del mundo, pero capaz al mismo tiempo de confesarlo. En cierto punto es valiente quien se atreve a declararse temeroso, curiosa paradoja.

Me dí cuenta entonces que no está mal tener miedo, pero sí reconocerlo, dejar que las gentes se enteren. Es que tener miedo es mostrar una debilidad. Quien tiene miedo es vulnerable. Y no es bueno, por no ser sabio ni prudente, que los demás conozcan nuestros puntos débiles. Esto es al menos lo que nos dice nuestro sentido común. Aunque lo dicho habla, en realidad, de una concepción determinada del mundo, dentro de la cual el otro es visto como un potencial enemigo, capaz de aprovecharse de nosotros, talones de Aquiles mediante.

Y sin embargo, reconocerse débil es también una de las formas más curiosas de la fortaleza. Es valiente quien se expone, incluso a sabiendas de que así se arriesga ante los demás. El secreto consiste, en todo caso, en saber en qué casos mostrarnos tal cual somos, y en qué casos ocultarlo, para seguir mostrándonos con los habituales disfraces con que solemos cubrirnos, para que los demás no nos descubran tal cual somos.

Pues bien, lo único que se me ocurre decirte, hija mía, es que allí donde hay amor, ni la vergüenza ni el miedo deberían tener sentido.

3 comentarios:

Lu dijo...

Leí varias entradas y esta la verdad que me conmovió, quizás porque es la que más me toca de cerca en lo personal.

Permitirnos ser vulnerables ante otro a veces es tan fácil y natural como fue con tu hija y otras una apuesta que se hace a pesar del miedo (más que racional y lógico) de salir lastimado.

En una peli de Linklater, Awakening life, uno de los personajes se pregunta cuál es la característica más universal del hombre, si el temor o la pereza. Me inclino por la primera.

Qué bueno que hayas decidido empezar a escribir más, yo estoy intentando lo mismo. Y feliz año.

Miranda Dasso dijo...

Voy citar, como es mi costumbre, una frase de una canción, "...lo bueno es que no sepan dónde estás.", de Banda de Turistas; creo que esa frase se refiere a lo real de la presencia física, si nadie sabe dónde estás, nadie podrá dañarte; pero se podría extender a lo mental: en qué lugar de tu mente estás en un momento determinado. Si nadie sabe en qué lugar de tu mente estás, nadie podrá dañarte. Por supuesto tampoco nadie podrá ayudarte.
Hay que estar preparado para contar donde estamos a los que nos aman.
Opinaré del comentario de Lu también. Las dos características universales del hombre son el temor y el amor, el uno libera el resto de sentimientos de la negatividad y el otro el resto de los sentimientos de la positividad.
En la confesión del blog se ve que el amor pudo más.

Germán A. Serain dijo...

Gracias a ambas por sus comentarios. Suma, todo suma.

En cuanto a las características universales del hombre... es mucho lo que se podría escribir. En mis clases, una de las cuestiones centrales es la multiplicidad de definiciones posibles del hombre.

Ahora bien, en cuanto al temor, lo cierto es que también lo sienten los animales. ¿La pereza?... Los felinos son bastante perezosos. Y los perezosos también, valga la redundancia. Salvo que prefiramos hablar de metabolismo lento.

Pero hay otras cosas que son humanas, puramente humanas, algunas buenas y otras no tanto. Así por ejemplo la religión, la política, la poesía. Probablemente también el amor, quién podría asegurarlo o desmentirlo.

Gracias por pasar.