miércoles, enero 22, 2014

Homleless

"¡Después llamame a casa!", le gritó un joven, mientras el tren arrancaba, a alguien que ya estaba fuera del alcance de mi vista. Regresé por un segundo al libro de cuya lectura el grito me había arrancado y todavía pude leer lo siguiente: "Un silencio húmedo y pesado se cierne sobre la casa. Susurros de gente que no existe. Miro a mi alrededor, me detengo, respiro hondo. Las agujas del reloj marcan las tres de la tarde. Las dos agujas están cargadas de una cruel indiferencia." Cierro el libro. No tiene sentido continuar la lectura así, desconcentrado como estoy. Instintivamente miro la hora: son las nueve y veinticuatro de la noche. No hay agujas: son los números de la pantalla de mi celular quienes me informan, pero también ellos llevan consigo la crueldad de la indiferencia, como si fuesen agujas. Para el reloj, que mide el tiempo sin cesar, el tiempo nada significa. Tampoco significa demasiado para mí, en estas últimas semanas, en estos últimos meses. O tal vez significa demasiado. El tiempo transcurre implacable, sin que yo pueda hacer nada para detenerlo, pero a la vez incapaz de ocuparlo con algo que pueda parecer mínimamente de provecho. Entonces vuelvo sobre el joven que un segundo antes le ha pedido a los gritos a alguien que lo llame a su casa. Yo no tengo teléfono: en un ataque de furia he destrozado el aparato un par de días atrás. Mejor el teléfono que mi alma; o algo así. De todos modos muy pocos podrían haberme llamado a la línea a la cual estaba conectado, de manera que no importa mucho. Me quedo pensando en el hecho evidente de que tanto el joven como su interlocutor invisible entendían perfectamente qué debía entenderse por "casa" en el contexto de su diálogo, cuál era ese lugar, esas cuatro paredes, ese techo, esas puertas, ese espacio. Para cada uno de los pasajeros del tren, sin embargo, "casa" representaba algo diferente, un lugar propio para cada uno de ellos, pero distinto del lugar propio de los demás. Hay palabras que tienen esa particular condición de cambiar de sentido según quién las diga, según quién las escuche. Y claro, de manera inevitable me encontré preguntándome qué significaba "casa" para mí. Y ahí descubrí que en realidad vengo a ser como una especie de triste homeless, incluso cuando duerma todas las noches bajo el techo de un departamento alquilado. Porque "casa" en el contexto de lo que vengo diciendo y pensando, en realidad significa hogar. Y el hogar no es una construcción, un edificio, una vivienda, sino ese lugar propio en el cual uno encuentra su auténtico refugio. Y yo no tengo ningún lugar propio, ningún refugio. Lo tuve alguna vez, por supuesto que lo tuve... Pero ya no lo tengo.

Si escribo estas líneas, que seguramente jamás vas a leer, es porque yo quisiera que sepas que mi hogar podría ser cualquier lugar en el mundo en el cual pudiera escuchar tu respiración a mi lado, mientras dormimos. Cualquier lugar en el mundo en el cual, con sólo estirar mi mano, yo pudiese sentir el calor de tu cuerpo, hoy ausente. Si vos no estás, el hogar para mí es algo que no existe. Y cuando pienso que hoy alguien más te escucha respirar mientras dormís, sabé que con eso pierde sentido mi vida. Yo hoy ya no tengo hogar, ni lo puedo volver a tener hasta que vos regreses. Y en eso se resume todo.

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