miércoles, junio 29, 2016

Sueño 160629

Los sueños son fascinantes de por sí. Pero una de las intrigas que siempre me han generado es la cuestión relativa al punto en el cual se inician. Uno puede recordar un sueño o haberlo olvidado por completo, hasta que un detalle mínimo (un cabello deslizándose en el agua de la ducha, por ejemplo) activa algo que hace regresar a nuestra mente esas imágenes por momentos tan vívidas y detallistas. Recordar por ejemplo la voz del locutor diciendo: "...en este lugar único en el mundo el dragón de Komodo se desarrolla en total libertad, en ausencia de depredadores naturales", mientras vemos un enorme reptil de colores vivos, con predominio de un rojo apagado (la contradicción parece evidente pero es real), y más allá otro, y otro más. ¿Por qué razón el sueño (o el recuerdo del sueño) comienza en este punto? ¿Qué habrá sucedido antes de eso? ¿Cómo llegamos hasta ahí? Por mucho que me esfuerzo, no logro recordarlo, no tengo la menor idea. "Allí vemos un ejemplar de muchos años", dice el locutor ahora, y yo intento identificarlo, y entonces veo a mi izquierda un reptil de gran tamaño, prácticamente inmóvil, de cuya boca asoma la parte posterior de un cocodrilo. "Es un territorio ciertamente peligroso -sigue diciendo la voz- pero uno no puede resistir la tentación de adentrarse." Y ahora ya es uno, y no una cámara, quien avanza un par de pasos adelante, sorteando un taburete blanco, abandonado ahí, en medio de la selva. Pienso que por supuesto el lugar es peligroso, y que si un dragón de Komodo se alimenta de cocodrilos, también podría comerse con facilidad a un ser humano. Habrá que tener cuidado.

El lugar -lo descubro ahora- también está repleto de víboras, que se deslizan con gran rapidez. En cierto momento comienzo a sentirme rodeado y me arrepiento de haberme adentrado en ese lugar, pero no hay mucho que pueda hacer, salvo mantenerme muy atento. Entonces, las víboras comienzan a apartarse, al igual que el resto de los reptiles. Comprendo rápidamente de qué se trata: han percibido que se acerca algo a lo cual temen, algo que sin duda será peligroso para ellos, pero también para mí. Con la diferencia de que yo no tengo idea de qué sea. El lugar se ha convertido en un paraje silencioso y en apariencia solitario, cuando aparece un animal extraño, como una hiena grande, de color blanco y del tamaño de un cordero. Me descubre y me observa, evaluándome, mamífero contra mamífero, en ese territorio de repente liberado de reptiles. La hiena me gruñe y yo intento demostrarle que no tengo miedo. Sé que si intentara escapar se abalanzaría sobre mí. Así que alzo los brazos y le grito, intentando asustarla. En ese momento veo que a mi derecha hay un perro salvaje que se acerca a la hiena mostrando los dientes de manera amenazante y decido hacer causa común con él: el perro hace retroceder a la hiena y yo grito y sacudo una tabla blanca que he encontrado apoyada ahí cerca. De vez en cuando el perro me mira y la tensión afloja: sabemos que no somos enemigos. Entonces volvemos a la carga para ahuyentar a la hiena, que finalmente retrocede hasta desaparecer por un vano, por el cual también salimos nosotros, finalmente. Ese vano da a las ruinas de un viejo edificio, y allí alguien nos cruza, un hombre corpulento, vestido de un modo rústico, que me hace pensar en un soldado del medioevo. El hombre pregunta si está todo bien, y yo respondo que sí, pero que allí atrás, en el otro ambiente, detrás del vano, está infestado de víboras. Pienso que en rigor en ese momento las víboras ya no están allí, aunque necesariamente han debido irse a otra parte, no muy lejos, y el hombre dice que sí, que esa plaga es un problema usual.

No recuerdo qué sucedió en medio. De seguro pasaron cosas en ese lugar, allí donde se alzaban esas ruinas. Tengo en mente una suerte de fiesta social, el casamiento de alguien, una reunión no-alcanzo-a-precisar-de-qué-tipo, pero lo cierto es que ahora estoy viendo fotografías. Fotografías que acaban de ser tomadas en ese lugar, entiéndase bien, durante la reunión que acaba-de-tener-o-acaso-todavía-tiene lugar en ese sitio. Las veo con mi hija, que las va pasando, y yo veo aquí y allá caras conocidas, allí está mi cuñada, están mis sobrinas, también está Ella, y estoy yo mismo. Pero al mismo tiempo me doy cuenta de que, delante de mis propios ojos, esas fotografías se transforman: basta con pasar de una foto a otra, y luego volver sobre la primera, para notar que algo ha cambiado. Hay imágenes que resultan muy familiares, pero que al mismo tiempo uno tiene la impresión de no haberlas vivido nunca, y otras que, por el contrario, aparecen de un modo diferente a cómo uno recuerda que de hecho han sido. Luego el recuerdo del sueño se diluye. Y yo me quedo pensando en esas fotos, que son tan parecidas al sueño en sí mismo, e incluso tan parecidas a los recuerdos que uno va teniendo de la propia vida.

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