jueves, junio 09, 2016

Sueño 160906

Me desperté en medio de la noche, inquieto, con una de esas angustias informes y sin nombre que muchas veces insisten en presentarse, con prepotencia y sin explicación ninguna. Es inútil cuestionarles nada cuando esto sucede. No queda más remedio que dejarlas hacer, y también uno hacer lo que sea menester para atenuarlas. De manera que me levanté y caminé hasta la habitación, descalzo y como estaba, nada más con la ropa interior puesta. Como corresponde, mi mamá dormía del lado derecho, mi papá del lado izquierdo. Los dos estaban despiertos, sin embargo, y al verme entrar, con cierto sobresalto, mi padre se sentó en la cama, preguntándose tal vez si había sucedido algo malo. El pensamiento tiene a veces sus propios tiempos, y en el lapso que me llevó ir de los pies hasta la cabecera de la cama, incluso siendo mi paso decidido, reflexioné acerca de la situación: estaba repitiendo una escena que seguramente había tenido lugar muchas veces durante mi infancia. Un mal sueño, ir entonces hasta la cama de mis padres para buscar refugio; mi propia hija también ha hecho lo mismo tantas veces, buscando refugio en mi cama siendo pequeña, en medio de la noche. Y ella venía a mí, porque sabía que yo era más fácil de despertar que su mamá, que siempre tuvo el sueño pesado. La diferencia en este caso es clara, yo ya no soy un niño, sino un hombre de casi 50 años. Era razonable entonces la actitud de mi padre. ¿Qué podía haber sucedido para que ese hombre-niño llegase así, vistiendo nada más unos calzoncillos, con gesto angustiado y sin decir palabra, hasta la cama de sus padres? Sin darle ninguna explicación lo abracé, a él con su pelo blanco, y también a mi mamá. Los abracé sin decir nada porque, ¿cómo explica uno que nada más necesita la protección de sentirse abrazado por los suyos, amparado de nuevo, por un instante, ante todas las cosas que no comprende y presume que jamás llegará a comprender? En la infancia, por más que uno pregunte todo el tiempo los porqué de todo, no importa si muchos de esos cuestionamientos quedan sin respuesta. En el adulto, esas preguntas sin respuesta son angustiantes. Y durante ese abrazo silencioso me sentí afortunado de tener a mis padres. Y entonces me desperté de verdad, con medio cuerpo afuera de la cama, y tuve que hacer un esfuerzo para entender dónde estaba, para entender por qué estaba solo, para saber si de verdad mis padres estaban todavía vivos, y me sorprendí más tarde al darme cuenta de que no logro recordar a mi viejo sin su pelo blanco, ese signo de madurez pero también de fragilidad, porque marca el paso del tiempo, ese implacable.
Hoy también mi cabello tiende a volverse blanco.
Me costó volver a dormirme.

1 comentario:

Germán A. Serain dijo...

Y explicame por qué, en medio de la misma noche, sueño con una suerte de doncella de hierro, pero tallada en madera, prevista para encerrar en ella a un condenado, casi como un ataúd, de manera que una vez que la tapa está puesta en su lugar, al girar una roldana (y todavía escucho el ruido del mecanismo, tac-tac-tac-tac-tac-tac-tac...) se introducen los hierros punzantes, arriba y abajo, encargados de desgarrar la carne del condenado, pero no para matarlo, sino solamente para lastimarlo y después quedarse allí, mientras pasan las horas, los días, en oscuro silencio, y cada pequeño movimiento es un desgarro, y el hambre, y la sed, y la terrible espera. Tal vez había soñado con eso antes, y por eso es que tuve que ir a buscar la protección de la presencia de mis padres, ante semejante pesadilla. Pero sigo sin entender por qué mierda sueño a veces esta clase de cosas.