martes, enero 02, 2007

El libro de todos los nombres

Su nombre es Claude Gleyal. Acaso podría haberse llamado de otro modo, sin que lo esencial de estas líneas se modificara sustancialmente. Pero esto es sólo una posibilidad, que también pudiera no ser cierta. Lo que sí es cierto es que en un punto Claude se ha vinculado en la intimidad de mi mente con Don José, ese personaje del cual se sirve Saramago, en su novela El libro de todos los nombres. Don José es escribiente de la Conservaduría General del Registro Civil, para más datos; y vaya paradoja, que quien dedica su vida a anotar de las personas sus nombres y apellidos completos, los de sus padres, cónyuges e hijos, amén de sus fechas de nacimiento, matrimonio y muerte, no sea identificado por el autor más que por un nombre de pila, José, acompañado por el tratamiento sólo para que no quede tan poca cosa, pero anónimo al fin y al cabo, que Josés hay tantos, sin ir más lejos el propio autor de la novela. Por supuesto, esto no debe llevarnos a creer que las personas no sean ellas mismas, al margen de sus nombres, siempre únicas e irrepetibles. Que de eso se trata esta anotación.

Don José, deformación profesional mediante, colecciona recortes sobre personas famosas, siempre y cuando sus fichas pertenezcan al archivo de la Conservaduría en la cual trabaja. En la vida hay muchos personajes como éste, llámense numismáticos o filatelistas, entre tantos otros que tal vez ni siquiera cuenten con una palabra que los defina en su especialidad; y quien más, quien menos, todos hemos cedido alguna vez a la tentación de coleccionar alguna cosa de un modo más o menos sistematizado.

Pero recurro en este punto a la ayuda de Saramago, para que él lo diga mejor que yo: “Personas así, como este don José, se encuentran en todas partes, ocupan el tiempo que creen que les sobra de la vida juntando sellos, monedas, medallas, jarrones, postales, cajas de cerillas, libros, relojes, camisetas deportivas, autógrafos, piedras, muñecos de barro, latas vacías de refrescos, angelitos, cactos, programas de ópera, encendedores, plumas, búhos, cajas de música, botellas, bonsáis, pinturas, jarras, pipas, obeliscos de cristal, patos de porcelana, muñecos antiguos, máscaras de carnaval, lo hacen probablemente por algo que podríamos llamar angustia metafísica, tal vez porque no consiguen soportar la idea del caos como regidor único del universo, por eso, con sus débiles fuerzas y sin ayuda divina, van intentando poner algún orden en el mundo, durante un tiempo lo consiguen, pero sólo mientras puedan defender su colección, porque cuando llega el día en que se dispersa, porque siempre llega ese día, o por muerte o por fatiga del coleccionista, todo vuelve al principio, todo vuelve a confundirse.”

Claude Gleyal colecciona, sistemáticamente, fichas personales, un poco a la manera de don José, sólo que su especialidad no son los famosos, sino los integrantes de su árbol genealógico. Así es como lo conocimos, Internet mediante, buscando –cierto es que con mucho menos método que él- alguna información relativa a nuestros propios ancestros. Lo que hubo luego, además de la sorpresa de encontrarnos con varios parientes lejanos y hasta entonces desconocidos, entre ellos el propio Claude, fue una especie de transacción de intercambio; sumamente amable, es cierto, pero transacción al fin: Claude me facilitó varias fotos y datos referidos al pasado de mi familia, común a partir de cierto punto con el pasado de la suya, y al darle yo mi nombre, el de mis padres, el de mi hija, con nuestras respectivas fechas de nacimiento, nos convertimos todos nosotros, automáticamente, en nuevas fichas que vinieron a enriquecer su colección.

Como parte del referido intercambio, Claude me facilitó asimismo una clave de acceso para visualizar a través de la red su colección de fichas, que en definitiva conforman su árbol genealógico, algunas de cuyas principales ramas son, como ya se dijo, comunes con el mío. Hace un par de días ingresé y noté que las nuevas fichas, las correspondientes a mi persona, a mis padres, a mi hija, ya habían sido incorporadas. Pero hubo entonces algo que me hizo sentir muy extraño; y fue ver, junto con mi nombre y mi fotografía, más precisamente al lado de los datos de mi nacimiento, y otro tanto junto a las fechas de nacimiento de mis padres, de mi hija, de mi hermana, un inquietante signo de interrogación. Por supuesto, no sabe Claude, como tampoco lo sé yo, cuál es la fecha, el lugar, la circunstancia, que vendrían a completar esas fatídicas líneas. Tampoco sabe Claude, como mucho menos lo sé yo, quién será el encargado de asentar, en su momento, los datos hoy faltantes, para que estas fichas -pero también la suya propia- queden por fin completas. Nada nuevo nos revela, en realidad, esta inquietud, en el sentido de que nada sabemos ahora que no hayamos sabido antes. Pero una cosa es saber una verdad, y otra muy diferente es verla por escrito. De alguna manera, el punto es que la colección ideada por Claude no estará completa hasta que cada una de esas líneas en las que hoy aparece un signo de pregunta sean cubiertas. Y ese es el hecho inquietante: la evidencia del reclamo, emanado de la colección misma, que exige el aporte final de estos datos, en silencio, incluso con generosa paciencia, aunque no por eso de un modo menos imperativo.

Pero detrás de todo esto existe todavía otra cuestión: la frialdad de los datos consignados. Es como finalmente entiende don José, en el libro de Saramago: “...a la Conservaduría sólo le interesa saber cuándo nacemos, cuándo morimos y poco más; si nos casamos, nos divorciamos, si enviudamos, si nos volvemos a casar; a la Conservaduría le es indiferente si en medio de todo eso somos felices o infelices.” No digo que a Claude este último aspecto le sea indiferente. Supongo, en todo caso, que no ha encontrado una manera (es probable que no exista) de volcar este aspecto en sus fichas. Y si en ocasiones nos es difícil averiguar, sobre nosotros mismos, si somos o no felices, cuánta mayor será la dificultad para indagar al respecto en nuestros antepasados o parientes lejanos. Ciertos aspectos escapan, evidentemente, a las posibilidades del coleccionista. Pero de todos modos he decidido pedirle a Claude que incorpore la dirección de este blog a mi ficha. No es que aquí se revele si he sido o no feliz, y confieso que en ocasiones me es difícil a mí mismo plantearme semejante pregunta y obtener una respuesta convincente. Pero al menos habrá una marca personal en esa ficha, de la cual seré responsable de un modo más directo, que me revelará con alguna mayor precisión a quien decida aventurarse, quién sabe cuándo o con qué propósitos, en la colección de este lejano primo francés.

4 comentarios:

Germán A. Serain dijo...

Dice la anotación: "Así es como lo conocimos, Internet mediante, buscando –cierto es que con mucho menos método que él- alguna información relativa a nuestros propios ancestros."

De más está aclarar que si recurrimos en esta frase a la primera persona del plural es por una cuestión de estilo, o incluso para obtener la complicidad del eventual lector de estas líneas, y no porque presupongamos que existan lazos familiares entre quien lee y quien escribe, aunque por otra parte nunca se sabe, y en definitiva es razonable pensar que todos somos en algún punto parientes lejanos, para verificar lo cual sólo bastaría con que pudiésemos retroceder lo suficiente en nuestras genealogías, propósito ciertamente imposible: la colección siempre estará incompleta.

Germán A. Serain dijo...

He dudado, en el momento de comenzar a escribir estas líneas, si ellas debían ser un comentario a la anotación ya realizada, o acaso una anotación nueva, ya se ve cómo los criterios clasificatorios se imponen nuevamente, y no sólo importa lo que se dice, sino también cómo y dónde se lo diga.

Lo cierto es que no se puede hablar de El libro de todos los nombres, sin hacer referencia al descubrimiento de don José, que es el que da pie a la novela. Porque, en efecto, sin tal descubrimiento no habría relato alguno, del mismo modo que sin Claude no existiría esta anotación, y no es que el universo fuera a conmoverse por ello, pero lo cierto es que la realidad ya no sería esta que es, sino otra diferente.

Durante una de sus incursiones nocturnas a la Conservaduría del Registro Civil en donde trabaja, realizada con el afán de obtener datos destinados a completar su colección de famosos, don José se lleva por equivocación la ficha de una mujer desconocida. A partir de aquí don José se obsesionará con averiguar todo lo que pueda respecto de esta persona en particular, perdiendo el interés en todo el resto de su colección.

Dice Saramago: "Tenía el armario lleno de hombres y mujeres de los que casi todos los días se hablaba en los periódicos, sobre la mesa la partida de nacimiento de una persona desconocida, y era como si los hubiese acabado de colocar en los platillos de una balanza, cien en este lado, uno en el otro, y después, sorprendido, descubriera que todos aquellos juntos no pesaban más que éste..."

Y más adelante, imaginando la irrupción de un desconocido que cuestionase semejante nivelación: "...Entonces, por qué no deja de mirar la ficha de esa mujer desconocida, como si de repente ella tuviese más importancia que todos los otros, Precisamente por eso, estimado señor, porque es desconocida, Vamos, vamos, el fichero de la Conservaduría está lleno de desconocidos, Están en el fichero, no están aquí."

Y esta es la cuestión: hay en el mundo muchas más personas de las que podamos llegar a conocer jamás, ni aunque dispusiéramos no de una, sino de mil vidas. Cada una de esas personas tiene sus propios secretos, sus pasiones, sus alegrías y tristezas. ¿Por qué deberíamos prestar nuestra atención a alguna de ellas en particular? ¿Por qué deberíamos ser precisamente nosotros el objeto de la atención de alguien? Y sin embargo, en estas particularidades, que siempre estarán rodeadas de un sinfín de coincidencias, se resumen los afanes de nuestras vidas.

Veamos: si alguno de los biseabuelos de Claude, sólo por poner un ejemplo, no hubiese conocido a su mujer o se hubiese enamorado de otra, quién sabe si hoy Claude existiría, y entonces, tal como ya ha sido dicho más arriba, tampoco existiría este comentario, y todo seguiría siendo básicamente lo mismo, sobre todo porque nadie sabría que las cosas que podrían haber pasado no sucedieron. Se trataría, simplemente, de otra realidad. Que tal vez no nos incluiría a nosotros, tan ligera es la sustancia de la cual estamos hechos, producto de las más impensables cadenas de casualidades. El aleteo de la mariposa en China, que sin que la mariposa lo sepa produce un tifón en el otro lado del mundo.

Conocemos a alguien, que es similar a tantos otros millones y millones de personas que bien podrían haber venido a ocupar ese lugar. Eso es cierto. Pero tanto como cierto es que la casualidad, el destino, o como cada quien decida llamarlo ha determinado que no haya sido ninguno de entre esos millones y millones de personas, sino esa persona en particular, la que ha venido a estar delante nuestro. Luego, el desafío radica en que seamos capaces de hacernos responsables de tal circunstancia.

¿Y cómo saber cuál es el grado correcto de tal responsabilidad, dado que un giro a la derecha, en lugar de a la izquierda, o viceversa, puede cambiar hasta tal punto el orden de las cosas que aún no son pero serán, sin que nosotros sepamos cómo?...

Pues bien, he aquí lo divertido de la vida, ese extraño juego del cual nadie nos explicó las reglas, y que a pesar de ello estamos obligados a jugar, con el terrible aliciente de que, a diferencia de cualquier otro juego, de esos muchos que conocemos, no habrá posibilidad aquí de decir "pido", ni "comencemos de nuevo".

Anónimo dijo...

Sí, es verdad, si bien en tu blog no se trasluce si sos o no feliz, de alguna forma el que entre a la ficha va a poder escudriñar un poco en quien sos vos, más alla de los datos formales y fríos.

Anónimo dijo...

Cher German,

Après «traduction informatique» je lis, avec beaucoup d’attention, tout ce que tu écris sur ton blog.

Hélas! Les traductions ne sont pas fidèles à ton écriture et je ne comprends que le sens général du texte.

J’aimerais te répondre et t’expliquer le sens des recherches que je fais en généalogie.

Sache que j’avais fait une promesse à ma mère: retrouver toute sa famille en Argentine et recréer les liens qui l’unissaient à elle. Ici, en France, les descendants Serain son très heureux de savoir que tu existes et aimeraient tout savoir sur toi et ta famille.

Grâce à ton blog, que j’ai lié depuis quelques jours à «ta fiche», nous connaissons tes gouts pour les arts et la littérature. Ta sensibilité est grande et nous regrettons de ne pouvoir la partager avec toi. Nous sommes curieux de connaître ta formation ou ton métier. J’ai recherché des traductions françaises des écrits de José de Saramago mais sans résultat. J’aurai pu mieux te comprendre. Sache que vous êtes, ta fille et toi, les derniers Serain de ce nom. Pour l’histoire de nos familles, tu occupes une place des plus importantes.

A bientôt.

Claude