domingo, marzo 22, 2020

Cuarentena - Día 3

Las redes sociales, que alguna vez pretendieron ser un medio de información, desinforman a más no poder. Y no es una cuestión vinculada a esta crisis sanitaria en particular, sino una verdad universal, que nace junto con Facebook y de seguro también antes, en el correveidile de los vecindarios. Para ser justos, cabría de hecho decir que se seguro la culpa no sea totalmente de las redes, sino también de quienes las utilizan. O mejor dicho: de quienes las utilizamos. Las publicaciones se viralizan sin que importe en lo más mínimo que sus contenidos sean verdaderos o falsos. Este parece ser un detalle sin mayor importancia.

El punto es que en medio de la montaña de basura informativa, de datos inexactos, alarmas innecesarias y desestimaciones peligrosas, algo me lleva a detenerme en un video en particular que alguien envía a mi celular. Dura apenas veintidós segundos, y no logro resistirme a mirarlo no una, sino varias veces. El texto que lo acompaña asegura que se trataría de un hombre que, desesperado por el aislamiento que impone la cuarentena por el coronavirus en todo el mundo, aunque en este caso se trata específicamente de la ciudad de Valencia, se suicida arrojándose al vacío desde la azotea de un hotel. En cierto sentido el video en realidad es falso, pues fue filmado el 24 de diciembre de 2019, cuando el mundo todavía ni tenía noticias del coronavirus. Tampoco se trata de un hombre, sino de una mujer. Pero el video en definitiva es verdadero, y tal vez sea eso lo que lo convierte en algo dramáticamente fascinante. No me da avergüenza confesarlo. De hecho, e incluso cuando yo ni siquiera pensé en hacerlo, es el hecho de que sea fascinante lo que lleva a que la gente lo comparta.

La mujer está en el borde de la cornisa. Parece extrañamente tranquila. Mira a su alrededor, primero a su derecha, luego a su izquierda, como si quisiera adueñarse del paisaje. Por último dirige su mirada muchos pisos hacia abajo. El sujeto que está registrando el momento en video mueve la cámara, se escucha el sonido del motor de un vehículo invisible que se enciende, ajeno al drama. La pantalla vuelve a estabilizarse justo en el instante en el cual la mujer se deja caer hacia adelante, con sus brazos a los costados. Lo que más me impresiona es que casi de inmediato se cubre el rostro con las dos manos, ya en medio de la caída, mientras el cuerpo da vueltas en el aire, como si quisiera protegerse, o no ver la fatalidad que ya no es posible detener, viva y muerta a un mismo tiempo, o acaso para que los eventuales testigos de la escena comprendan que no se trata de un muñeco desbaratado cayendo, sino de una vida que está a punto de extinguirse.

Se escuchan unos cuantos gritos breves, del público. Un golpe seco. Luego el video termina.

¿Y qué tiene que ver toda esta mierda con la cuarentena y con el coronavirus? Pues, nada de nada, esto ya ha sido aclarado al comienzo. Y sin embargo el video circula anclado a la idea de que el suicida lo es debido al encierro. O a cierta desesperación producto del olor a muerte que por estos días invade España y toda Europa. Quizás la gente tiene miedo. Entonces, supongo, atreverse a mirar a la muerte cara a cara a través de un video es un acto catárquico. Aunque medie una pantalla. Aunque no sepamos absolutamente nada del muerto, ni tampoco nos interese.

En realidad a mí sí me interesa. Pero no pude encontrar un solo dato además de lo que ya he dicho. Por qué motivo esa mujer decidió quitarse la vida, cuál era su nombre, cuál su historia, cómo fueron los interminables minutos en los cuales subió hasta esa azotea, qué fue lo que vieron sus ojos un instante antes del final, cuando parecía contemplar simplemente el paisaje, volteando la cabeza a derecha y a izquierda. No sabemos nada. Los medios no publican informaciones relativas a suicidas en España, porque el suicidio es en ese país la primera causa de muerte no natural, con un promedio de diez personas que se quitan la vida cada día. Más de tres mil quinientas personas por año. Un suicida cada dos horas y media.

Por eso no se publican informaciones sobre los suicidas, para intentar evitar el efecto contagio, o lo que algunos llaman el Efecto Werther, esto es, la romantización de la muerte por decisión propia. Otro tipo de epidemia, evidentemente. En ambas, la muerte dice presente cada día. Y nosotros, como un inútil exorcismo, repasamos los números de contagiados y de muertos, y observamos videos donde la gente muere, intentando detener la imagen justo en el segundo previo, curiosos, sin llegar a comprender cómo es posible esa mutación, la de ahora estar y de inmediato ya no estar, ese pasaje incomprensible de la existencia a la nada.


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