jueves, marzo 26, 2020

Cuarentena - Día 7

En estos días de encierro, las redes sociales ofrecen, por decirlo de alguna manera, una suerte de ventana al mundo, a través de la cual se entremezclan amigos y familiares, conocidos ilustres y de los otros, e incluso numerosos desconocidos que no sabemos cómo han llegado hasta allí, a nuestra lista de contactos, pero ante la duda y por si acaso allí se quedan. Entre los conocidos ilustres que hay en mi propia lista se cuenta el escritor y dramaturgo Hugo Barcia, quien escribe en su muro, en relación a los peligros del aislamiento, que estamos tan ensimismados que ya no leemos realmente al otro, lo que el otro escribe, sino aquello que hubiésemos querido que el otro escribiera.

En este momento me digo que es probable que yo esté haciendo ahora eso mismo. Pero en cualquier caso también pienso que no es cosa de la cuarentena el señalado aislamiento. No es cosa de ahora, sino de siempre, siempre, siempre, que escuchamos y leemos e interpretamos lo que nos viene en gana en cada cosa que el otro manifiesta. Incluso cuando lo hagamos de manera inconsciente.

Luego sigue un breve intercambio de ideas: Barcia confirmando que el aislamiento del que habla va mucho más allá de la cuarentena. Diciendo que sólo si fuésemos capaces de convertirnos por un momento en el otro lograríamos saber lo que el otro siente. Y denunciando la tragedia de tener siempre que subtitular al prójimo, de interpretarlo, fracasando siempre como exégeta. Y luego yo recordando que los maestros budistas proponen el silencio, en lugar de la palabra, como el mejor modo de comunicarse. Pero también que, como cualquier constructivista que se precie nos diría, con tanta sabiduría como pragmatismo, que también el silencio es pasible de ser malinterpretado.

Pienso finalmente que tal vez lo mejor a lo cual podamos aspirar, la mejor opción disponible entre las pocas o muchas que tengamos a mano, sea tener la buena intención de abrir la cabeza, saber que esta falla en nuestra comunicación existe, inevitable. Y acaso leer y escribir mucha poesía. Porque en la poesía esa distancia que media entre lo que la palabra dice y lo que verdaderamente significa, más allá de las lecturas literales, se hace más evidente. Y esa evidencia debería ser la que nos prevenga de los males que son propios de las interpretaciones lineales y pretendidamente unívocas.

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