miércoles, marzo 25, 2020

Cuarentena - Día 6

Las noticias dicen que en España, tan solo en las últimas veinticuatro horas, 740 personas fallecieron debido al coronavirus, sumando la friolera de 3434 almas desde el inicio de la pandemia. Es curioso, pero cuanto más grande es el número, y en cierto sentido más grande la tragedia, más difícil es emocionarse, tomar verdadera dimensión del drama. Es mucho más sencillo empatizar con un caso en particular que con miles. Podemos hablar de las catástrofes colectivas, pero al no tener las víctimas un rostro, un nombre con el cual poder individualizarlas, terminan convirtiéndose apenas en un dato. Y no es posible sentir piedad por un número.

Pero en el mismo portal español de noticias que me acerca estos tremendos guarismos, también leo la historia de Hermann Schreiber.

Es probable que haya sido en las ciudades de España o de Italia, dos de los países más golpeados por la pandemia, que surgieron dos costumbres singulares en estos tiempos de encierro. Una, la de cantar o hacer música en los balcones, como un modo de sostener algún grado de contacto con los demás. Otra, la de aplaudir en simultáneo, cada quien desde sus casas, a una determinada hora, como un reconocimiento a los servicios brindados por los profesionales de la salud, que se esfuerzan y arriesgan cada día para tratar de salvar a quienes se pueda.

Hermann Schreiber tiene ochenta años, ya cumplidos hace un tiempo. El mismo no recuerda cuándo, pues también desde hace un tiempo padece de alzheimer. Lo mismo le sucede a su esposa, Teresa Domínguez, a quien conoció en algún momento pasado, cuando ella emigró a Alemania buscando un modo de ganarse la vida. Hoy ambos viven en Vigo, conectados a una realidad diferente de la de los demás. Quién se atreverá a decir si más o menos real que otras realidades. Lo cierto es que a Hermann le gusta tocar la armónica. Hace unos pocos días, justo cuando el anciano tocaba una melodía cerca de una ventana abierta de su departamento, los vecinos comenzaron a aplaudir. Viendo su sorpresa, la asistente que lo acompaña tuvo la ocurrencia de decirle que esos aplausos en los balcones le estaban destinados, a él y a su música. Hermann sonrió y continuó tocando.

Cosas de las redes sociales en tiempos de aislamiento y de internet: ese momento ingenuo, inocente, fugaz, capturado en un video que no pretendía quizás sino dar cuenta del instante, se terminó viralizando. Ahora los vecinos siguen aplaudiendo puntualmente al personal sanitario, por sus denodados esfuerzos por salvar vidas. Y Hermann toca su armónica, acompañándolos. Luego, los vecinos corean el nombre del anciano. Y Hermann se emociona y sonríe.

Es curioso: en medio de la tragedia, hoy a mí me ha emocionado no el drama de una de las tantas víctimas, sino una simple historia de inocencia y de vida.


(En memoria de mi padre, que murió siendo inocente.)

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