viernes, marzo 20, 2020

Cuarentena - Día 1

En medio de la catarata informativa, de seguro con toda justificación monotemática, una noticia marginal me llamó particularmente la atención. Provenía de la Sierra Nevada de Santa Marta, en la República de Colombia. En esas latitudes, según parece, una mujer llamada Edilma Loperena Plata, representante del pueblo Wiwa, firmó un comunicado en nombre de los líderes de los pueblos indígenas regionales, a través del cual se exhorta a todos los indígenas de la zona a que dejen de nombrar al Covid-19. El texto asegura que llamar a la enfermedad por su nombre no hará más que atraer al virus a las comunidades que moran en la región. Textualmente, el documento indica que “es importante realizar unos trabajos unificados como pueblos indígenas para prevenir la enfermedad", y específica: "no debemos llamar a la misma pronunciando su nombre, ni divulgación por redes sociales, porque en ese caso estaríamos trayendo el virus a nuestros territorios”.

La anécdota me pareció por demás interesante: lo que no se nombra no existe. Supongo que inevitablemente recordé aquel tema de Sumo, en el cual Luca Prodan cantaba aquello de "mejor no hablar de ciertas cosas". Pensé asimismo en nuestra cotidiana negación de la muerte. Y sin embargo, me dije también que acaso hubiera cierta enorme sabiduría detrás de aquel gesto aparentemente pueril, ingenuo y peligroso. No porque la ignorancia o la desinformación salven, que ciertamente no es el caso. Sino porque solemos pensar que la palabra representa el mundo, y no que lo crea. Sin embargo, podría decirse que más de un demonio existe únicamente por el hecho de ser nombrado. Aunque sería curioso, si en lugar de diablos hablásemos de dioses, que se nos diera por creer en una deidad que para existir necesitara de la fe de sus creyentes. Y sin embargo, en el fondo, no es una idea tan descabellada. Daría para meditarlo.

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