martes, enero 23, 2007

Tal vez sea hora de volver al oceánico refugio que nos ofrece de vez en cuando la música



Cuando hace cinco años
se hundió aquel barco tan seguro
con cincuenta pasajeros y un piano steinway
los cincuenta se ahogaron sin remedio
pero el piano en cambio logró sobrevivir

a los tiburones no les gustan las teclas
así que el steinway esperó tranquilo

ahora cuando pasan
siempre que sea de noche
barcos de turismo o de cabotaje
suele haber pasajeros de fino oído
que si el eterno mar está sereno
o mejor serenísimo
perciben atenuados
y sin embargo nítidos
acordes de brahms o de mussorgsky
de albeniz o chopin

y luego un golpecito
al cerrarse la tapa.

Mario Benedetti


Audio: Nocturno Op. 27 Nº 1 de Chopin - Al piano: Elisabeth Fiocca

domingo, enero 21, 2007

Recuerdos del futuro

Querida C.:

Hoy he terminado, finalmente, de escribir el demorado libro del cual te hablara tiempo atrás. Se titula “Lo obvio” y está integrado por una inconcebible serie de páginas en blanco (tres, siete, catorce, setenta y nueve... el número queda librado a tu voluntad).

En la penúltima página se reproduce una imagen: es una pared altísima, imponente, adornada con una pequeña puerta, a un costado, que permanece cerrada.

Dando vuelta esta página se llega, ahora sí, al final del libro, ilustrada con una nueva imagen. Y es otra vez la pared de la página anterior; sólo que en esta ocasión la puerta aparece abierta.

A través suyo, lo único que puede verse es el infranqueable muro que alguien ha construido detrás.

viernes, enero 19, 2007

Palabras, palabras, palabras...

El infinito es un instante
dijo simone weil
y en ese instante /digo yo/
la rosa pierde pétalos
un árbol se desnuda
la tierra se estremece
el corazón vacila.



O si no:
No te alegres demasiado
de todos modos no cedas
alégrate cuando puedas
y si la euforia te avisa
no desperdicies la risa.




O si no:
Preciso que me digan algo mágico
o al menos placentero /inesperado/
novedades pero de cielo abierto
con ojos de muchacha que promete
o un zorzal de revuelo generoso
o la estrella fugaz que anda en la noche.




O si no:
Como es sabido la melancolía
no es sinónimo de soledad
aunque una y otra lleguen
con un llanto sequísimo
una ternura en trozos
una tristeza que no tiene nombre.




Cuando yo sea grande (cuando llegue a los 80, quiero decir), desearía poder escribir como Mario Benedetti. Se trata simplemente de palabras, es verdad. Y sin embargo, qué maravilla. Y qué magnífico sería poder decir, por ejemplo, "estas palabras las escribí esta mañana, mientras ocupaba mi mente pensando en vos". Ambos sabemos que no es verdad. Que no fui yo quien las escribió, digo. Pero igual las dejo aquí copiadas, por si algún día decidís caminar por estas calles.

jueves, enero 18, 2007

Un poco de música: John Dowland (1563-1626)


Es sólo una antigua canción de amor. Pero tenía ganas de escucharla. Canta Annelise Skovmand, acompañada en guitarra por Pablo González Jazey. Para escuchar (con Windows Media Player), haga click EN ESTE LUGAR.

miércoles, enero 17, 2007

Modos de pensar (a vos, te digo)

Un hombre debe viajar en avión. Sin embargo, pierde su vuelo por una circunstancia fortuita, que tiene que ser, para que el ejemplo se entienda, lo más doméstica posible. Por ejemplo: en el momento de partir hacia el aeropuerto, no encuentra las llaves para poder salir de su casa. Busca, busca, busca, pero cuanto más nervioso se pone, porque se hace tarde, peor es. Al final las encuentra. Se habían caído al piso, debajo de una silla, bien a la vista y al alcance de la mano. Estas cosas suelen suceder. Ya se ha hecho muy tarde, sin embargo, por lo que decide llamar por teléfono a la compañía aérea, donde muy amablemente le permiten abordar, con el mismo pasaje, el vuelo siguiente, que sale dos horas más tarde. En realidad, si manejase rápido, es probable que el hombre pudiera llegar al aeropuerto como para alcanzar su vuelo. Pero prefiere viajar seguro, sin prisas, pues se trata de un hombre prudente. De modo que aborda, finalmente, el vuelo posterior al suyo. Que será precisamente el vuelo al cual harán referencia los diarios del mundo al día siguiente, que publicarán además, para deleite de los vouyeristas, las impresionantes fotos del fatal accidente aéreo, en el cual no habrá sobrevivientes.

"Las cosas no tendrían que haber pasado de esta manera", dice entonces la gente que conocía a aquel hombre, tanto como los pormenores de su circunstancial cambio de vuelo. Y sin embargo, ¿por qué razón no sería exactamente así, detalle por detalle, como las cosas debieran haber sido? ¿Por qué tendremos la veleidad de suponer que debemos ser nosotros los únicos guionistas de una historia que, muy a pesar de ser la nuestra, en realidad nos excede?

Y sin embargo es así: del mismo modo en que hay quienes propugnan la existencia de una forma perfecta o de una proporción aurea, hay cosas que se disponen de un modo tal que intuitivamente reconocemos en ellas un deber ser. Un deber ser que no siempre se cumple, por cierto, despertando con ello nuestra rebelión. Y no es que seamos veleidosos. Puede que la veleidad sea de los dioses, del destino o tuya acaso, que juegas a desdibujar el límite entre lo real y lo imaginario.

martes, enero 16, 2007

Espejos










Esta mañana al levantarme, me disgustó lo que ví en el espejo.
El mismo rostro de siempre, pero evidentemente más viejo.
Hay jornadas que tienen sobre nosotros ese efecto .
El de que nos demos cuenta al día siguiente, se pretende decir.
Que el tiempo, ese implacable, nos atraviesa siempre.

La fáustica ambición de ser inmortales,
la ingenua ilusión de poder disponer -quizás- de una sólida
inmortalidad de cuarenta o cincuenta años por vivir,
como decía Cortázar, que todos hemos tenido alguna vez,
resulta a la larga insostenible.

La reemplazamos entonces con otras ilusiones,
más terrenas, más carnales, idealismos, sueños y afectos.
Y cuando estas otras ilusiones también se desvanecen,
nuestra vida se desbarata como un castillo de naipes.

Verborragias

Texto atípico con breve cita introductoria en francés


"Cette amplification, que l'on confond si souvent avec le bien écrire, je la supporte de moins en moins... Quelle nécessité de faire un article ou un livre? Où trois lignes suffisent je n'en mettrai pas une de plus."
(GUIDE, "Pages de Journal")


B A S T A .

lunes, enero 08, 2007

Walking in the sand

Un hombre camina una noche por una playa solitaria. Se detiene un momento, muy cerca de la orilla, se agacha, y escribe tres palabras en la arena húmeda. Luego se incorpora, y continúa caminando, sin volver la vista atrás. ¿Por qué razón haría semejante cosa? ¿No sabe acaso que el mar borrará de inmediato esas palabras que acaba de escribir, que no llegarán a ser vistas por persona alguna?

Sí, lo más probable es que lo sepa. Y muy a pesar de eso, lo que ese hombre hace es dejar una marca de su paso por el mundo. Una marca tan fugaz, pensará alguien. Y sin embargo, ¿acaso la inmortalidad de un Cervantes, de un Mozart, de un Cristo, no son también un fugaz instante comparadas con la duración de las estrellas, mudos testigos del gesto de aquel hombre que camina al lado del mar? El tiempo es algo relativo, después de todo. Lástima que tenga la fea costumbre de matarnos.

Nada sabemos nosotros de aquel que caminó una noche por esa playa, que se detuvo un momento y escribió tres palabras en la arena, que enseguida fueron borradas por las aguas. ¿Cuáles fueron esas tres palabras? ¿Y cómo sabemos que fueron solamente tres? Puede que hayamos estado allí, después de todo. Y puede que esas palabras hayan quedado inscriptas en la memoria del mar, de la arena, de la noche.
Que son memorias diferentes de la humana, por supuesto.
Pero memorias al fin y al cabo.

viernes, enero 05, 2007

Veces hay en que tan poco alcanza para


Manera sencillísima de destruir una ciudad

Se espera, escondido en el pasto,
a que una gran nube de la especie cúmulo
se sitúe sobre la ciudad aborrecida.
Se dispara entonces la flecha petrificadora,
la nube se convierte en mármol,
y el resto no merece comentario.

Julio Cortázar

martes, enero 02, 2007

El libro de todos los nombres

Su nombre es Claude Gleyal. Acaso podría haberse llamado de otro modo, sin que lo esencial de estas líneas se modificara sustancialmente. Pero esto es sólo una posibilidad, que también pudiera no ser cierta. Lo que sí es cierto es que en un punto Claude se ha vinculado en la intimidad de mi mente con Don José, ese personaje del cual se sirve Saramago, en su novela El libro de todos los nombres. Don José es escribiente de la Conservaduría General del Registro Civil, para más datos; y vaya paradoja, que quien dedica su vida a anotar de las personas sus nombres y apellidos completos, los de sus padres, cónyuges e hijos, amén de sus fechas de nacimiento, matrimonio y muerte, no sea identificado por el autor más que por un nombre de pila, José, acompañado por el tratamiento sólo para que no quede tan poca cosa, pero anónimo al fin y al cabo, que Josés hay tantos, sin ir más lejos el propio autor de la novela. Por supuesto, esto no debe llevarnos a creer que las personas no sean ellas mismas, al margen de sus nombres, siempre únicas e irrepetibles. Que de eso se trata esta anotación.

Don José, deformación profesional mediante, colecciona recortes sobre personas famosas, siempre y cuando sus fichas pertenezcan al archivo de la Conservaduría en la cual trabaja. En la vida hay muchos personajes como éste, llámense numismáticos o filatelistas, entre tantos otros que tal vez ni siquiera cuenten con una palabra que los defina en su especialidad; y quien más, quien menos, todos hemos cedido alguna vez a la tentación de coleccionar alguna cosa de un modo más o menos sistematizado.

Pero recurro en este punto a la ayuda de Saramago, para que él lo diga mejor que yo: “Personas así, como este don José, se encuentran en todas partes, ocupan el tiempo que creen que les sobra de la vida juntando sellos, monedas, medallas, jarrones, postales, cajas de cerillas, libros, relojes, camisetas deportivas, autógrafos, piedras, muñecos de barro, latas vacías de refrescos, angelitos, cactos, programas de ópera, encendedores, plumas, búhos, cajas de música, botellas, bonsáis, pinturas, jarras, pipas, obeliscos de cristal, patos de porcelana, muñecos antiguos, máscaras de carnaval, lo hacen probablemente por algo que podríamos llamar angustia metafísica, tal vez porque no consiguen soportar la idea del caos como regidor único del universo, por eso, con sus débiles fuerzas y sin ayuda divina, van intentando poner algún orden en el mundo, durante un tiempo lo consiguen, pero sólo mientras puedan defender su colección, porque cuando llega el día en que se dispersa, porque siempre llega ese día, o por muerte o por fatiga del coleccionista, todo vuelve al principio, todo vuelve a confundirse.”

Claude Gleyal colecciona, sistemáticamente, fichas personales, un poco a la manera de don José, sólo que su especialidad no son los famosos, sino los integrantes de su árbol genealógico. Así es como lo conocimos, Internet mediante, buscando –cierto es que con mucho menos método que él- alguna información relativa a nuestros propios ancestros. Lo que hubo luego, además de la sorpresa de encontrarnos con varios parientes lejanos y hasta entonces desconocidos, entre ellos el propio Claude, fue una especie de transacción de intercambio; sumamente amable, es cierto, pero transacción al fin: Claude me facilitó varias fotos y datos referidos al pasado de mi familia, común a partir de cierto punto con el pasado de la suya, y al darle yo mi nombre, el de mis padres, el de mi hija, con nuestras respectivas fechas de nacimiento, nos convertimos todos nosotros, automáticamente, en nuevas fichas que vinieron a enriquecer su colección.

Como parte del referido intercambio, Claude me facilitó asimismo una clave de acceso para visualizar a través de la red su colección de fichas, que en definitiva conforman su árbol genealógico, algunas de cuyas principales ramas son, como ya se dijo, comunes con el mío. Hace un par de días ingresé y noté que las nuevas fichas, las correspondientes a mi persona, a mis padres, a mi hija, ya habían sido incorporadas. Pero hubo entonces algo que me hizo sentir muy extraño; y fue ver, junto con mi nombre y mi fotografía, más precisamente al lado de los datos de mi nacimiento, y otro tanto junto a las fechas de nacimiento de mis padres, de mi hija, de mi hermana, un inquietante signo de interrogación. Por supuesto, no sabe Claude, como tampoco lo sé yo, cuál es la fecha, el lugar, la circunstancia, que vendrían a completar esas fatídicas líneas. Tampoco sabe Claude, como mucho menos lo sé yo, quién será el encargado de asentar, en su momento, los datos hoy faltantes, para que estas fichas -pero también la suya propia- queden por fin completas. Nada nuevo nos revela, en realidad, esta inquietud, en el sentido de que nada sabemos ahora que no hayamos sabido antes. Pero una cosa es saber una verdad, y otra muy diferente es verla por escrito. De alguna manera, el punto es que la colección ideada por Claude no estará completa hasta que cada una de esas líneas en las que hoy aparece un signo de pregunta sean cubiertas. Y ese es el hecho inquietante: la evidencia del reclamo, emanado de la colección misma, que exige el aporte final de estos datos, en silencio, incluso con generosa paciencia, aunque no por eso de un modo menos imperativo.

Pero detrás de todo esto existe todavía otra cuestión: la frialdad de los datos consignados. Es como finalmente entiende don José, en el libro de Saramago: “...a la Conservaduría sólo le interesa saber cuándo nacemos, cuándo morimos y poco más; si nos casamos, nos divorciamos, si enviudamos, si nos volvemos a casar; a la Conservaduría le es indiferente si en medio de todo eso somos felices o infelices.” No digo que a Claude este último aspecto le sea indiferente. Supongo, en todo caso, que no ha encontrado una manera (es probable que no exista) de volcar este aspecto en sus fichas. Y si en ocasiones nos es difícil averiguar, sobre nosotros mismos, si somos o no felices, cuánta mayor será la dificultad para indagar al respecto en nuestros antepasados o parientes lejanos. Ciertos aspectos escapan, evidentemente, a las posibilidades del coleccionista. Pero de todos modos he decidido pedirle a Claude que incorpore la dirección de este blog a mi ficha. No es que aquí se revele si he sido o no feliz, y confieso que en ocasiones me es difícil a mí mismo plantearme semejante pregunta y obtener una respuesta convincente. Pero al menos habrá una marca personal en esa ficha, de la cual seré responsable de un modo más directo, que me revelará con alguna mayor precisión a quien decida aventurarse, quién sabe cuándo o con qué propósitos, en la colección de este lejano primo francés.